El espíritu del bosque se rebela


Una vez más, han vuelto. Y están aquí. Con sus máquinas y su destrucción.

No saben que existo, no saben quién soy. Pero, ¡ay de mí si me descubren!

He escuchado los primeros rugidos. Han caído mis primeros hermanos. No sé si serán pinos.
No sé si serán encinas. No sé si serán alcornoques. Tampoco me importa.

Oigo a los pájaros chillando. Veo animalillos huyendo despavoridos. Y pienso ¡ya está bien! Nos
matáis, pero no os dais cuenta que nuestra muerte es también la vuestra.

Hoy correré más que nunca. Hoy seré yo quien ataque. Por mis hermanos. Por mis pequeños,
que acaban de nacer, y que dudo que puedan disfrutar de lo que un día fue un paraíso. Hoy,
levantaré mi cabeza al cielo y gritaré con todas mis fuerzas. ¡¡¡DEJADNOS VIVIR!!!

Porque si no acabáis con esto, nosotros acabaremos con vosotros. Es cuestión de
supervivencia, y aunque no lo creáis, tenéis las de perder.

Visión arbórea


Hoy, vamos a comprobar que hay cientos de formas de observar a nuestros amigos los
árboles. ¡Elige la tuya!

La clásica



La clásica, pero con un árbol deshojado



A contraluz



Nuevamente a contraluz, pero sin hojas



Sobre un río



O en la arena



Al amanecer

DSC03616

Casi de noche



Desde la base



Descorchados



En flor



Con escoba de bruja



Solos



O en grupo



Yo, la verdad, no me puedo decidir.

¿ Y tu ya has decidido?

El tortolito


Hoy, ya que es Navidad y me ha entrado la nostalgia, como suele pasar en esta época del año,
os ofrezco una anécdota emplumada.

Era uno de los últimos días de mayo y yo andaba tranquilamente por el campus, no recuerdo
bien a dónde. El sol estaba bajo y las jacarandas del jardín totalmente floridas. Así que tomé mi
cámara de fotos y me dispuse a experimentar.



Justo cuando ya me daba por satisfecha y recogía mi cámara, una bolita chillona llamó mi
atención. Me aproximé y… ¡sorpresa! Era un pollo de tórtola, ya bastante crecido. Estaba
agarrado al respaldo de un banco de madera. Daba la sensación de haber caído mientras
intentaba volar por primera vez, pero tampoco lo tenía muy claro porque todavía tenía
plumón. El pobre estaba muy asustado.

Me senté en el banco y el pequeño se quedó allí, tranquilo, observando.

“¿Dónde estarán sus padres?”, me pregunté.

Al cabo de unos minutos, una bala negra surgió de entre los árboles, piando escandalosamente
y dirigiéndose hacia el tortolito. Y cuando ya estaba cerca, dos tórtolas salieron de una rama
y se le lanzaron encima. La bala negra, un mirlo, realizó un quiebro y desapareció entre los
árboles.

Recompuse la escena: el pollo había quedado indefenso y un mirlo hambriento quería darle
caza. Los padres de la criatura lo querían proteger a toda costa, y permanecían apostados en
una rama: punto para las tórtolas. Pero el mirlo era más rápido, y muy inteligente; puesto que
no podía realizar un ataque directo, iba de árbol en árbol, escondiéndose, y cuando estaba lo
suficientemente cerca, en una carrera se lanzaba hacia el pequeño, le daba un picotazo en la
cabeza, y volvía a esconderse. Punto para el mirlo.



Así que allí me encontraba, en un banco, al lado de un tortolito indefenso, su atacante y sus
padres. Normalmente no tomo partido en los asuntos de comer o ser comido, pero en esta
ocasión no me pude resistir. ¡Era tan dulce! Y miraba como pidiendo ayuda.

Me aproximé más al pequeño, que no se movió. Para aprovechar el tiempo entre ida y vuelta
del mirlo, me dediqué a fotografiarlo.



Cada vez que salía el mirlo, corría hacia él gritando cosas como: “¡Déjale en paz, bicharraco!”
“¡No se puede defender!” “¡Métete con alguien de tu tamaño!”. Lo mejor, aparte de ayudar a
la bolita de plumas, fue ver las caras de la gente al verme correteando y gritando tras el mirlo.

Al final, el tortolito consiguió subirse a un árbol, medio aleteando, medio escalando, y se
reunió con sus padres. Permaneció allí durante unos días más. Después, desapareció.