La Cabrentà, la última selva valenciana

Se considera "selva" a una zona que presenta las siguientes características, a grandes rasgos: más de 1500mm de lluvia al año, temperaturas cálidas todo el año, poca altitud sobre el nivel del mar y unos árboles de gran altura, que permiten una estratificación en la vegetación.

¿Hay selvas en Valencia? El sentido común nos dice que no, aquí no llueve tanto.
Por eso mismo me sorprendí tanto la primera vez que escuché hablar de la Cabrentá, la última selva de nuestras tierras.

Desconozco, porque no dispongo de datos, si realmente esto será una selva.
Lo que sí puedo afirmar es que este lugar goza de una humedad elevadísima, y su vegetación es de lo más exuberante. Lo cierto es que resulta de lo más curioso, porque es un enclave de no más de 2 hectáreas, completamente aislado de su alrededor por grandes peñascos y abruptos barrancos. Este es el motivo que la ha mantenido separada y que ha preservado tan bien su vegetación, y que forma un microclima que ha permitido su supervivencia a lo largo del tiempo. 

Nada más llegar, hallamos esta fuente. 



Y un tapiz de equisetos. 
Los equisetos son unas plantas antiquísimas, son fósiles vivientes, que atesoran la historia natural de nuestro planeta. 
Sólo mirándolos, ya estás disfrutando de una regresión en el tiempo.





Nos internamos en la Cabrentà, y enseguida vislumbramos los altísimos árboles recubiertos de hiedras. ¿Qué no serán lianas?
Bueno, en cierto modo lo son. 
Antaño, nuestra tierra fue mucho más húmeda; antes de la última glaciación aquí había una selva, o bosque lluvioso, de Laurisilva (laureles, madroños, durillos, son sus últimos exponentes hoy en día). Las lianas, también existían, claro está.

Con la glaciación, la vegetación se adaptó a las condiciones de sequía, se hizo más resistente. Las lianas, otrora densas, gruesas y verdes. Ahora se han adaptado y convertido en las zarzas, las enredaderas que conocemos y que aquí vemos:




En el sotobosque, las hojas se descomponen paulatinamente. La última en caer, todavía resplandece. 


Por las paredes de roca se desparraman las raíces de estos árboles, como una gran cascada leñosa. Ver esta prueba de supervivencia al límite, pone los pelos de punta.



Por este estrecho paso, entre raíces, rocas y ramas, nos fuimos abriendo camino para seguir.


Allá al fondo, unos pinos se vislumbraban en la espesura, mostrándonos la realidad de la vegetación mediterránea y seca que nos rodea. 


Pero volvamos a la Cabrentà y a su espesura.


En medio del bosque, apareció un troll. ¿Qué, no lo véis?


¿Y ahora? ¿No me digáis que no lo parece?


Seguimos avanzando.



Llegamos a una explanada donde nos esperaba este almez (Celtis australis) gigantesco, que hace mucho que se tumbó, no se sabe muy bien por qué. Sin embargo, se repuso de la caída, y ahí tenéis las nuevas y gigantescas ramas que ha generado.


¡Increíble! Por el grosor, las ramas ya deben tener sus años. ¡Es una maravilla ver cómo ha sobrevivido tanto tiempo!



Nuestros pasos nos llevaron a esta maravillosa formación. No sé qué es, pero se me antojan los restos petrificados de una cascada.



A lo lejos, el árbol tumbado.


Observad qué maravilla de formaciones:




Había una especie de cueva, a la que se podía acceder reptando. Aquí tenéis las vistas, con y sin flash.



Salimos de la cueva y nos pusimos a admirar las formas invernales de nuestros árboles.


La cascada, vista de lejos y de lado.


Subimos a un peñasco, y desde ahí admiramos los blanquecinos colores de los árboles pelados de ribera.


Un viejo algarrobo (Ceratonia siliqua) destacaba entre la húmeda vegetación.


No sé cómo ha llegado esta corteza aquí, tan grande y tan perfecta, pero lo cierto es que es maravillosa.


También me llamó la atención esta curiosa roca, con sus estratos bien marcados.


Desde el montículo donde nos encontrábamos, se podía observar el río. Bueno, el río de cañas.


Y de nuevo, los troncos desnudos con sus blanquecinos y llamativos colores.



Bajamos del lugar elevado, y nos dispusimos a volver al principio del camino.



Otras formaciones, maravillosas, aunque no tan imponentes como la primera, alegraban nuestra vista.


Detalle de una hiedra, Hedera helix, trepando por un tronco. Otra maravilla de la naturaleza, capaz de aferrarse a las superficies más lisas mediante sus microfilamentos que tantean el terreno y acaban por arraigar.


El súmmum de las enredaderas se puede observar aquí, en este gigantesco árbol completamente colonizado. 



El suelo estaba cubierto, en ocasiones, por charcos, La poca luz que se colaba hasta este estrato, daba pie a juegos de luz de lo más interesantes.




¿Quién conquista y domina a quién? ¿La roca o el árbol? Una partida, otro doblado, pero los dos permanecen.



Una raíz desnuda deslizándose roca abajo, perfectamente pegada a ella.



Aquí, su propietaria. Otro ejercicio de supervivencia.


Y oto más, a la vista de este viejo y putrefacto tocón del que sin embargo surge savia nueva, dispuesta a luchar por su supervivencia y a colonizar el mundo si hace falta.



Las vallas nos indicaban el camino de vuelta.


¡Vaya equilibrio! ¡Encajan como un rompecabezas



¿Y esto? ¿Se habrá rellenado de forma natural, o será obra de algún personaje aburrido con demasiado tiempo libre?


Nos despedimos con una última visión de los pelados árboles de invierno. ¡Gracias por tus tesoros, Cabrentà!