Doñana, un viaje inesperado. La dehesa de Torneda.

Era nuestro segundo día de aprendizaje en Doñana.
Con ilusión en nuestros corazones y nuestros cerebros activados por las ganas de aprender, nos pusimos en marcha de buena mañana.
Nuestro primer destino, esta dehesa dominada por pinos.


Acostumbrada a ver pinos retorcidos de cualquier manera, creciendo sólo unos pocos metros, estos gráciles y esbeltos gigantes se me antojaban de lo más bellos.


Se trata de la Dehesa de Torneda, un terreno público del pueblo de Aznalcázar. De aquí se aprovecha la leña y las piñas.

Este aprovechamiento explica la forma de esta tierra, pues los árboles están podados, no existe matorral y la circulación es muy sencilla; si no hubiera actuación humana, este bosque sería mucho más denso.


Conocimos muchas especies botánicas interesantes, como esta Aristolochia baetica. Se trata de una planta trepadora de curiosas flores tubulares como la que vemos en la foto.



El nombre científico siempre nos cuenta alguna característica de la planta (el caso es que entiendas el latín, o no, o algo). 
Aristolochia proviene de dos vocablos griegos (y yo hablando del latín... bueeeeeeeeno, también hay palabras griegas): aristos, que significa "que es útil" y locheia, que significa "nacimiento". ¿Y esto? Porque tiene propiedades emenagogas (para hacer más llevadera y fluida la menstruación) y en dosis más altas, para el aborto.
Antaño, se usaba para ayudar a dar a luz a las embarazadas.

Seré sincera, lo admito, esto lo he buscado. No es tanto mi dominio en lenguas muertas...
Pero si vamos a su epíteto específico, baetica, podemos concretar algo más. Baetica suena a Bética... Sí, esto hace referencia a su distribución en la antigua (y romana) Bética; más o menos lo que ahora es Andalucía.

¿Veis como sí se puede intuir algo con el nombre científico?





La dehesa se complementaba con zonas arenosas, donde crecía pequeña vegetación dunar, como esta Malcomia littorea...



... combinadas con especies forestales como este pedo de lobo.
Nombre curioso, ¿no? Cuando madura, realiza pequeños estallidos (como pedos) en los que expulsa millares de esporas.



Nuestros andares proseguían y encontramos esta joya. Una magnífica carrasca, Quercus ilex.
No puedo ser imparcial ante las maravillas de este árbol, sin duda mi favorito, con el que tengo una relación especial.
Os dejo algunas de las imágenes que le tomé (era tan grande que no cabía por completo en la cámara). 


Hay desde vistas generales...


... hasta en detalle. 
Podría pasar horas perdida entre sus ramas.






Por si esto fuera poco, el camino proseguía a la sombra de otros colosos de la misma especie. ¡Un regalo para los sentidos!



Por lo visto, esto es una zona inundable, que a estas alturas del año suele tener una lámina de agua de un palmo o dos, y se seca conforme entra el verano. Pero la sequía de este año, la ha mantenido totalmente seca. 



Una vez llegamos al otro lado, tomé esta panorámica para tener una imagen global del entorno.




De las vistas generales, pasamos a los detalles. 

Y es que, aunque era febrero, la temperatura era muy cálida, y las mariposas campaban a sus anchas. Como esta Pieris brassicae.




Y esta otra belleza que no he logrado identificar.





También tuvimos tiempo de observar olivos silvestres. ¿Veis los huesos de aceitunas? El resto fue engullido por bandadas de aves hambrientas.
Si no somos las personas, otros seres aprovecharán los recursos. El caso es que la naturaleza nunca echa nada a perder.



Otra pequeña que no logré identificar.


La vuelta formativa acabó, y regresamos a los gigantescos pinos piñoneros.





De regreso, a contraluz, encontré estos moritos (Plegadis falcinellus).

Para acabar la entrada, dejo aquí estas tomas de su día a día. El efecto de luces me parece de lo más relajante.


¡Hasta la próxima!












Doñana, un viaje inesperado. Reflejos al atardecer

Para finalizar el "safari" fotográfico de la entrada anterior, nos detuvimos en un canal, río, o lo que fuera (no sé cómo catalogarlo).
Aunque todo pertenece al mismo día, he querido separarlo, porque en el coche todo eran prisas y ajetreos, tratando de captar "la imagen" en cuestión de segundos. Aquí, en cambio, todo era sosiego; las protagonistas las aves con su día a día, y el Sol que se ponía, perezoso.


El canal estaba cubierto por una lámina de agua mínima, no había viento, ni pequeñas olas, y el líquido elemento se proyectaba entonces como un espejo casi perfecto.
Un escenario idílico donde las cigüeñuelas, Himantopus himantopus (L), y otras aves limícolas campaban a sus anchas.


Son curiosas, estas aves. En relación a su tamaño, son las que tienen las patas más largas. Puede que no se aprecie del todo en esta foto, porque una parte de sus extremidades está sumergida, pero cuando el 100% de éstas está al descubierto, resulta todo un espectáculo.


Una vista general del bello lugar:


¿Cuántas aves hay volando aquí? Casi parece que dos...







Mientras, un buitrón encaramado al carrizo observaba atento la escena... o lo que es más probable, buscaba su cena. ¿Qué suculento insecto iba a ir directo a sus entrañas?


Las cigüeñuelas seguían con su cantinela, ajenas al regocijo que despertaban en mí y el resto de acompañantes.




Justo del otro lado, en dirección opuesta, el Sol se cubría con sábanas de nubes, antes de irse a dormir.


Y nos dejaba este juego de reflejos








Nosotros nos retiramos con él. ¡Las aventuras seguirían al día siguiente, y habría que madrugar!


¡Hasta mañana, Doñana!