La visita más "real" a Aranjuez

Eran finales de marzo y la asociación donde estaba realizando mis prácticas como educadora ambiental había decidido que era un buen momento para llevarnos a conocer espacios naturales más emblemáticos de Aranjuez.
Dado que trabajábamos en los institutos de dicho municipio, el hecho de conocer el medio ambiente de la zona nos podría ayudar a conectar con el alumnado en nuestros mensajes.


Nuestra primera parada fue en un breve camino que nos llevaría a la presa del embocador. El río fluía manso y los árboles dormidos por el invierno parecían comenzar a despertar. 


Un olmo (Ulmus sp.), que ya había florecido y cuyas flores habían sido fecundadas, transformándose en semillas. Estas semillas están recubiertas por una membrana que, cuando está tierna, tiene un color amarillo verdoso, que les facilita el vuelo y por tanto la dispersión.

Cuando la época reproductiva termine, el olmo comenzará a hacer brotar sus hojas.



Aquí, un detalle de las semillas y su envoltura.




En el tronco de este platanero de sombra o falso platanero (Platanus x hispanica), asomaban algunos balcones. No he sido capaz de localizar su especie, pero conozco su ciclo biológico.
El hongo infecta al árbol y vive a expensas de él. Mientras todo va bien, el hongo se reproduce sin recombinar su material genético, es decir, algo así como que produce clones de sí mismo. Es un método mucho más rápido y que requiere de menos energía.
Sin embargo, cuando el árbol comienza a debilitarse, el hongo es capaz de percibirlo y actúa en consecuencia: forma estos cuerpos fructíferos, que reciben el nombre de balcones. En estas estructuras se producen las esporas, que sí han tenido una recombinación genética. ¿Por qué cuando el árbol se debilita? Porque pronto se acabará su alimento y necesitan una alta variabilidad genética para asegurar que algunos de sus vástagos podrán adaptarse en la siguiente generación.

De todos modos, el mundo de los hongos sigue siendo un misterio. Puede que esta información haya quedado obsoleta y se hayan descubierto otras formas de reproducción o estadíos vitales intermedios.  






 Seguíamos andando por la ribera del Tajo, disfrutando del paisaje. 




En los remansos, las primeras golondrinas (Hirundo rustica) del año se empleaban a fondo revoloteando sobre las aguas, tratando de atrapar cuantos insectos se dejasen. 


Disfruté como una niña observando su vuelo grácil y desenfadado, y tratando de captar su belleza con la cámara. 







Se albiraba ya la caseta de la Presa del Embocador. Tiene el honor de ser una de las más antiguas de España y capta las aguas que vienen desde Colmenar. Alimenta dos canales, el de la Zuda, que todavía hoy funciona únicamente por gravedad, y el de Las Aves, que cruza Aranjuez por el subsuelo y llega hasta Toledo. 







La presa, ya de cerca. Escuchar el agua caer es un gozo para los oídos. 





Esas pequeñas manchas en el agua son nada menos que patos y algún ganso. ¿Qué hacían allí de buena mañana y con ese frío? Un misterio. 






Queda patente ya que me enamoré del vuelo de las oscuras golondrinas.



La luz de tormenta no acompañaba demasiado para sacar una fotografía nítida, pero sí muy bucólica. 







En el agua fangosa, el agua se reflejaba de este modo:




Volvimos hacia los vehículos y esta vez pude fotografiar las flores femeninas de este chopo (Populus sp.). Estamos acostumbrados a ver flores con sus estambres y sus pistilos, es decir, flores hermafroditas; es lo más usual en jardinería, pues estas son de las flores más llamativas que existen. Sin embargo, existen especies, como el chopo, que crean flores de los dos sexos en cada individuo (es decir, que el espécimen es dioico) pero separa la parte masculina (creadora de polen) de la femenina (gestadora de la semilla).

En este caso, tanto las flores femeninas como las masculinas se organizan en amentos colgantes, algo así como racimos de flores. Las de la fotografía son las femeninas. 


Aquí se aprecian perfectamente los amentos.





Un ave rapaz se cruzó en nuestro camino. Me encantan estos contraluces. 


Puesto que no podíamos cruzar al otro lado de la presa, tuvimos que dar un rodeo con nuestros vehículos. Por el camino me llamaron la atención estos árboles trasmochados.

El trasmocho era una técnica que consistía en cortar las ramas del árbol, generando con los años una estructura que recuerda a un pequeño bosque dentro del árbol. De este modo se podía conseguir más forraje para las reses, como sería el caso del fresno, o más madera (a largo plazo obtienes más madera si la tomas de las ramas y mantienes al árbol vivo, que cortándolo y esperando a que vuelva a crecer). 






Una bandada de ocas disfrutando de la tranquilidad de una nubosa mañana de marzo.



Es bellísimo observarles en su cotidianidad.





Estas eran las vistas que nos deparaba el paisaje, ya regresando de la presa.




Un rodal de pino piñonero, Pinus pinea, en medio de monte y campo de cultivo. Probablemente hubiera una rica casa de campo en aquél lugar y los árboles hubieran sido plantados para darle sombra. 


Las flores de una menta silvestre y la hierba mojada también nos dejó hermosas estampas.













La inflorescencia de una palomita o Fumaria officinalis. Fumaria viene del latín fumus, humo, debido a que su zumo provoca un lagrimeo profundo, como el propio humo. En infusión es un buen hepatorregulador, diurético y laxante; de ahí el epíteto officinalis, que determina que desde antaño se le han dado usos medicinales.
También se emplea para afecciones en el cuero cabelludo.
En dosis elevadas puede ser peligrosa porque posee cardiotoxinas.




Leí en alguna parte que las ovejas que han tenido un mal parto consumen estas herbáceas. Esto las ayuda a desprenderse de los restos de placenta que hayan podido quedar en su interior, y que les podrían provocar una infección mortal.

Desconozco si esta propiedad la posee todo el género Fumaria o si se trata de un hecho de una sola de las especies.


La inflorescencia ya madura.




Nuestra siguiente parada: el mar de Ontígola. Lo que hoy en día parece una gran laguna es en realidad un embalse renacentista que con el tiempo se ha ido naturalizando. Confluye con un paisaje de alto valor ecológico, correspondiente al clima mediterráneo sub-desértico, especialmente rico en diversidad de insectos. De estos terrenos, destaca la finca de El Regajal, que me comentaron que alberga un mariposario. De hecho, en 1979 los entomólogos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza catalogaron esta finca como la quinta prioridad mundial en la conservación de lepidópteros. 

Aquí, el mar de Ontígola, donde gran parte de la superficie acuática está comida por el carrizo y las eneas. 

  

El Mar de Ontígola abasteció el Real Sitio de Aranjuez. Su sistema de fuentes trataba de recrear el mismísimo Versalles. Estuvo en funcionamiento desde su construcción en el siglo XV hasta mediados del siglo XX.


Al parecer, los ríos de los que se abastece discurren por suelos ricos en sales, por lo que, por el paso del tiempo, la laguna se está salinizando. 


Un taray (Tamarix sp.) cuajado de hermosas flores rosas. 


De nuevo, las golondrinas aparecían ante nosotras.




Nuestro guía nos contaba que la realeza gustaba de jugar (si es que a eso se le puede llamar así), al despeñadero. La actividad consistía en lanzar por un precipicio a alguna bestia de presa, que caía al agua. Allí, era perseguida hasta matarla. Sigo sin entender dónde está la gracia del asunto, pero así son nuestros reyes.
Los animales elegidos solían ser toros o ciervos, pero también se ha documentado, o eso dijo el guía, el lanzamiento de leones e incluso de elefantes. Debía ser un espectáculo dantesco. 



Reflejos de las colinas adyacentes en el lago. 



Un bonito detalle de las flores del taray.







Anduvimos camino a una caseta de observación de aves, pero desgraciadamente, cuando llegamos, advertimos que había sido destrozada por unos vándalos y apenas le quedaban escaleras.



El mar de Antígola alberga una comunidad avícola excepcional...


... ¡Y nosotras tuvimos la suerte de disfrutar del vuelo de un macho de aguilucho lagunero (Circus aeruginosus)! Esta foto, aunque no capta mucho detalle del ave, me encanta, porque el coche que se ve delata lo cerca que está este fascinante espacio natural de una concurrida carretera. ¡Y no sólo eso! También de un polígono industrial, de hecho no resulta difícil leer los carteles publicitarios de los locales más cercanos. Es increíble cómo, pese a todo, la vida sigue. 


Esta increíble ave estuvo a punto de desaparecer el siglo pasado, debido al secado masivo de humedales (su hábitat natural) en toda la Península Ibérica. En la actualidad se va recuperando lentamente. 



Se sabe que es un macho porque la hembra es totalmente parda, en cambio el macho presenta este patrón en las alas. 


Vigilan incansablemente las marjales en busca de alimento.

En la esquina superior izquierda se divisa la mediana, recordando nuevamente las presiones a las que se ve sometido este espacio natural. 




Sé que la calidad no es nada del otro mundo, es lo que tiene la ausencia de escondrijos para observar aves y el límite del cañón de mi cámara. Aún así, me deleité persiguiendo su vuelo. 







Las matas de la vegetación palustre van cubriendo poco a poco toda la lámina de agua. En cuestión de décadas, a no ser que se quiera limpiar, el lago quedará cubierto por completo. ¿Es bueno? ¿Es malo? Para mí, es sucesión ecológica.




Una bandada de cigüeñuelas (Imantopus imantopus) posándose en el agua somera.




El aguilucho lagunero volvió a emerger sobre las aguas.



Y me despido con este regalito, un bonito primer plano del aguilucho. Espero que os haya gustado la entrada tanto como a mí me gustó conocer estos lugares.