Anillamiento científico

Una de las cosas buenas que tiene ser educadora ambiental es que en ocasiones te mandan a "reciclarte" y a aprender cosas nuevas que puedan resultar de interés para tu trabajo. Y creedme, cuando se habla del mundo de la naturaleza, no existe absolutamente nada que no sea mínimamente interesante.
En esta ocasión mi destino fue nada más y nada menos que un anillamiento científico. Un par de expertos anilladores mostraban al público cómo era el proceso de anillamiento, el porqué de su importancia y algunas características sobre las especies que ese día tuvimos la suerte de ver.

Aviso para lectores y lectoras: las aves de estas imágenes están siendo manipuladas en todo momento por expertos. Ellos aseguran que no se estresan (cosa que dudo profundamente) y que no sufren daños (esto lo puedo asegurar, yo misma he visto cómo tratan a las aves: con suma delicadeza y cuidado). Con esto quiero decir que no van a ser bellas imágenes de aves en su hábitat natural, pero por otro lado nos van a servir para aprender algo sobre esta técnica tan poco conocida para el público en general.

Lo primero que hacen estos científicos es colocar una red japonesa, que es casi invisible, siempre en el mismo lugar, siempre a la misma hora (solar). Cada media hora, se acercan a ésta y desenredan a las aves que han chocado y quedado atrapadas. Está diseñada para que no se hagan ningún daño, más allá del enredo.
Las aves se guardan de forma individual en bolsas de tela. La oscuridad las calma, impidiendo que se hagan daño y se estresen más de lo necesario. Luego las bolsas se llevan a la mesa de trabajo, alejada unos 100 metros de la red, y se cuelgan con un mosquetón. Una a una, son abiertas y las aves son sacadas para su estudio: peso, tamaño, niveles de grasa en el cuerpo, presencia de ácaros en las plumas... Se puede decir que este es uno de esos casos en los que el fin justifica los medios: sí, es posible que las aves se agobien durante un rato, pero proporcionan una valiosísima información, una base científica, que luego respalda y avala todos los informes que pidan su protección. Es gracias a actividades como ésta que cada vez se comprende mejor su comportamiento y sus patrones migratorios, y por ende, las leyes que las protegen cada vez son más acertadas.

En esta imagen podemos ver a un mosquitero común (Phylloscopus collybita). No tiene cara de buenos amigos, lo cual es lógico, habida cuenta que le sujeta una gigante y un par de docenas más lo están rodeando.



La forma en que lo sujetan tiene una buena explicación: de este modo evita que tire con demasiada fuerza, tratando de escapar: así está totalmente bloqueado desde la base de las patas. Si se sujetase desde más abajo, al tirar, podría hacerse daño. Incluso romperse una pata.


Nos cuentan que una de las míticas galletas María Fontaneda pesa 7g. Pues bien, el mosquitero común apenas llega a los 6g. 
Se trata de un ave eminentemente insectívora (es fácil de saber observando su fino pico, ideal para capturar invertebrados) de amplia distribución en las zonas forestales europeas.
En nuestro país, algunos ejemplares son residentes (viven todo el año), otros invernantes y algunos sólo están de paso en su migración. 


Este otro de aquí es un pinzón vulgar (Fringilla coelebs) en concreto, una hembra. El macho tiene unos colores mucho más vistosos, con un rostro anaranjado y una capucha azulada.
Típico en las aves, generalmente los machos suelen poseer unos colores llamativos.

Por el pico tan grueso que posee, podemos adivinar que se trata de una especie granívora. 


Una lavandera cascadeña o Motacilla cinerea. Vive cerca de los ríos y cursos fluviales. Esto se debe, en parte, a su elevado consumo de larvas acuáticas de insectos, como mosquitos, efímeras, moscas... Vaya, que te gustaría tenerla cerca en verano para que evite que los mosquitos se desmanden y te coman.


Es toda una belleza. Aquí, nuestra científica nos explicaba que el análisis de las alas es sumamente importante. Si nos fijamos en el entramado del fondo de la foto veremos, algo borrosa, la red japonesa.


Nuevamente, una hembra de pinzón. Todas estas aves cayeron en la red durante la primera media hora de trabajo. En estas fotografías lo que vemos es el ave nada más ser rescatada de la red y previamente a su análisis.


La lavandera, de nuevo.


Aquí tenemos uno de los sacos donde se meten las aves. La tela es transpirable, asegurando la supervivencia y el bienestar del ave. Las manchas... bueno, digamos que estos simpáticos animalillos hacen popó cada poco tiempo, unos 20-30 minutos, así que si el análisis se demora mucho, a ellos les da igual estar en una bolsa de tela, un palacio real o en la copa de un pino: harán lo que les pide el cuerpo.


Ahora ya sí, se comenzó con la toma de datos. De nuevo vemos al mosquitero, y de fondo, las caras de asombro del público.


Es tan pequeño, tan frágil... parece que vaya a romperse sólo con mirarlo.


El ejemplar aguanta estoicamente en la mano de la científica. No opone resistencia, como si de algún modo supiera que no le va a ocurrir nada.


De todos modos, ella se asegura de sujetarlo bien, para que no se haga ningún daño.


El pequeño no está anillado, lo que implica que, una vez sepan todo lo que deban saber de él, le colocarán su correspondiente anilla. Las hay de múltiples tamaños, pues abarcan desde el minúsculo chochín a las enormes grullas.
Las que se emplean en ejemplares como este son muy pequeñas y livianas, y en teoría, no les suponen una carga extra ni una molestia.



Aquí ya está anillado.
Cada anilla es única, es como un DNI. Cuando se atrapa un ave anillada, los datos que contiene su identificador también se anotan, junto con todos los demás datos. De este modo, cuando se recaptura, podemos analizar de dónde viene, hasta dónde se ha desplazado, etc. Es un instrumento genial para aprender sobre las migraciones, desplazamientos y comportamiento en general de las aves.



Aquí la anilla se percibe estupendamente.


¡Un momento! ¿Qué es eso que revolotea entre los árboles?


¡Es un carbonero! Un carbonero común o Parus major. Revolotea incansable y no se aleja de nosotros, y parece muy lanzado, aunque se supone que estas paseriformes son, por lo general, tímidas. Entonces, ¿qué hace?


Pues no lo tengo muy claro, pero otro de los ejemplares capturados también era un carbonero. Y éste no se alejó del lugar hasta que el otro fue liberado. ¿Será, acaso, un acto de estoicismo, valor y amor hacia su compañero? 



Cuando se sentía observado o amenazado, este pequeñín se iba volando, para reaparecer poco después en un árbol cercano.


Un agateador común, Certhia brachydactyla. 



¿Veis su largo pico? Indica que es un insectívoro consumado, pues es perfecto para su dieta.


De hecho, los agateadores, al contrario que muchas especies de aves insectívoras, no migra, sino que pasa el invierno con nosotros.
Lo lógico sería pensar que, como no hay insectos en invierno, o bien las aves que se alimentan de ellos deben complementar su dieta o en todo caso, migrar. No es así para el agateador.


Su formidable pico le ayuda a extraer los insectos ocultos bajo la corteza de los arboles, donde se refugian para sobrevivir al frío. Así que a esta aventajada ave no le hace falta marcharse: sólo saber dónde se esconde su próximo bocado.


Aquí lo tenemos mientras le miden (no recuerdo exactamente qué parte del cuerpo) con un pie de rey. Estas aves son tan diminutas y la información debe ser tan precisa, que deben emplearse herramientas como estas. Una regla o una cinta métrica resultarían extremadamente burdos.



Aquí están soplando las plumas del pecho. De este modo, se puede observar el nivel de grasa que posee el animal. 
Un ave no debe acumular demasiada grasa, o de lo contrario no podrá volar bien y será presa fácil. Y tampoco puede perderla toda, porque entonces queda vulnerable a la escasez de alimento y al frío.
Un ave con bastante grasa indica que se está preparando para migrar, pues va a necesitar toda la energía posible para llegar a su destino.



Una curiosidad del agateador es que se le reconoce fácilmente por sus movimientos. Siempre anda bajando de los troncos de los árboles. Cuando llega al límite, sale volando, se posa en lo alto de otro tronco y vuelve a bajarlo. Esto lo distingue de otras aves, como el trepador, cuyo propio nombre indica que no sólo desciende los troncos, sino que también los trepa.





Me parece de lo más adorable.



Nos despedimos del agateador para volver a enfrascarnos con los pinzones. Recordemos que se habían capturado dos hembras.
Esto nos sirvió para comprobar una cosa: estos animales tienen personalidad. A mí no me hacía falta, es algo que tengo asumido desde hace tiempo. Sin embargo, me alegré muchísimo de ver que a varias de las personas allí presentes les llegaba el mensaje.
Y es que cuando dejas de ver a los seres vivos como algo más que simples robots biológicos que sólo cumplen con lo que les manda el instinto, cuando compruebas de primera mano que responden, sienten y actúan de modos distintos, como si tuvieran algo... personalidad... entonces comienzas a comprender que no están tan lejos de ti, que son tus hermanos. Y que tú no estás en la cúspide de nada, somos, en cierto modo, iguales y distintos, y que nos debemos proteger.
Si logras hacer llegar este mensaje a alguien, que lo sienta más allá de su mascota (hay gente que cree que los perros actúan diferente por la educación que les han dado los dueños, lo cual es en parte cierto, pero hay un peso muy importante en la personalidad. Es igual que dos hermanos, aunque los hayan tratado de educar del mismo modo, nunca serán exactamente iguales por dentro), entonces, has logrado un paso muy importante para que dicha persona tome conciencia y comience a hacer algo por este mundo.


Cuento todo esto porque esta pinzona era calmada, tranquila... Era como si supiera que no le iban a hacer daño. Se dejaba hacer...


Extendía su ala sin casi poner resistencia.



Casi parecía resignada a que le tomaran todos aquellos datos, como un trámite burocrático y agobiante que debes pasar para que te devuelvan la libertad.


"Bueno, pues a ver si me sueltan ya..."





Por fin fue liberada y revoloteó, lozana, entre los árboles cercanos. Apoyada en una rama a escasos metros de nosotros, paró a retomar el aliento y reponerse de tamaño susto.


A veces nos miraba de soslayo.




Nuestra atención pasó entonces a la lavandera cascadeña, Motacilla cinerea


Mientras la estudiaban, forcejeaba impaciente por salir de entre aquellas manos tan enormes. 




Esta ave, como hemos dicho antes, vive cerca de puntos de agua. Yo sólo la había visto hasta entonces de soslayo, como un intenso punto amarillo que pintaba la escena por un instante. 
Me alegré de haber asistido al anillamiento para poder conocerla de cerca. Sé que no es su estado natural ni la mejor de los modos de observarla, pero también sé que es gracias a estas actividades que muchas especies logran sobrevivir.
En esta disyuntiva me hallaba mientras contemplaba tan magnífica ave.







Esta es la otra hembra de pinzón. En esta fotografía está siendo anillada.


¿Recordáis lo que hablábamos antes sobre la personalidad? Bueno, pues esta pinzona no se dejaba amedrantar fácilmente y picoteaba con fiereza, o al menos, lo intentaba, las manos del anillador.



En estas fotografías captamos el momento en que están analizando, al trasluz, la presencia de ácaros en las plumas del ave. En contra de lo que pueda parecer, una cantidad moderada de estos invertebrados es beneficiosa para el ave, dado que se alimentan de pequeñas escamas de piel y otros restos de suciedad. El problema es que necesitan algo de humedad para vivir y no llueve...









Es por ello que el número de ácaros era mínimo o inexistente en la mayoría de las observaciones.



Aquí, de nuevo, nuestro amigo el carbonero, esperando a su compañero.



 ¿Un perro? ¿Tan cerca de las aves?

No, no hay ningún peligro, es un perro anillador. No tenía ni idea de su existencia, pero está entrenado para proteger a todas las aves. Mantiene a raya a gatos, zorros, mapaches (que se están extendiendo por la Comunidad de Madrid), perros, domingueros despistados... en fin, cualquier cosa que pudiera dañar a las aves que han caído en la red y que no se han desenredado todavía. Fascinante el amor que les prodigaba, así como a su compañera humana y al resto de asistentes.


El siguiente protagonista fue este macho de petirrojo, Erithacus rubecula.


Bueno, y este ánade real (Anas platyrhynchos). Se ve que se han acostumbrado tanto a la presencia humana que se acercó, junto con su pareja, a pedir algo que almorzar.



Volvemos con el macho de petirrojo. Vuelvo a hacer hincapié en el modo en que lo sujetan, para evitar que se dañe.






Mientras desenredaban la siguiente tanda de aves, hicimos una parada. Me asomé a la valla que quedaba unos metros arriba: es la valla que divide la parte pública de El Pardo de la de gestión privada. Del otro lado, una hembra de gamo se dejaba entrever tras los arbustos. 




Volvimos a la explanada del río, el Manzanares, para ser concretos. 



Aquí está, el carbonero del que os hablaba antes. El otro carbonero permanecía por allí, incansable.
Alguien contó que el nombre les venía por esa banda negra que tienen en el pecho. Recuerda mucho a la de los carboneros, que, al volver a casa tras una dura jornada de trabajo y quitarse la camisa, presentaban una mancha negra de hollín recorriendo su vientre, pues el polvo se les metía entre los botones. 
El diseño del ave recuerda tanto a eso, que es posible que su nombre provenga de esa comparación.




En este magnífico ejemplar se distingue perfectamente esa mancha negra de "hollín" de la que os hablaba.






Y era el turno de la última protagonista de la jornada: una curruca capirotada o Sylvia atricapilla. Tengo una especial conexión con el ave porque sólo he estado en dos anillamientos científicos y en los dos se me ha permitido liberar una. Generalmente, una vez hecho el estudio, los científicos permiten a alguien liberar al ave: le explican como cogerla y cómo dejarla ir, y siguen el procedimiento muy de cerca. Es una gran clave para acercar aún más al público el amor hacia estos seres tan delicados.
Para que no haya problemas, normalmente se hacen "sorteos", de este modo no hay posibles trifulcas por soltar al animal. En las dos ocasiones, yo fui la afortunada que liberó a las currucas. Por ello me parecen tan especiales y les tengo tanta estima.



Aquí la hembra de ánade real, disgustada por no haber conseguido su bocado.



De vez en cuando se giraba y nos lanzaba una mirada acusadora.



Y giraba sobre sí misma para volver rauda si creía que habíamos cambiado de opinión.


El macho ya estaba cansado de tanto jueguecito y prefería quedarse en la orilla del río.




Regresamos, esta vez ya para acabar, con la curruca capirotada.

Es hermosa, ¿verdad? Es fácil confundirla con la cabecinegra, pero en esta última la mancha negra se extiende por todo el rostro.


Sus ojos muestran intriga, duda, curiosidad. ¿Qué creerá que está ocurriendo?






Con estas imágenes me despido. Espero que haya resultado de vuestro interés, y que os animéis a participar en actividades como esta, que te suben la moral para seguir luchando por el medio ambiente, enriquecen tus conocimientos y te alegran la existencia.