El maravilloso regalo de Irati en otoño.

Apenas amanecía y nosotros ya estábamos en marcha. Si queríamos aprovechar el día, debíamos darnos prisa. Un tesoro tan valioso, y tan alejado de nuestro hogar, debía visitarse en toda su magnitud y observarse tanto tiempo como fuera posible.
Los colores del amanecer ya vaticinaban un día de aventuras y de aprendizaje.




Poco a poco, el Sol se alzaba e iba iluminando cada recodo del paisaje. Si ya de por sí era impresionante, estas densas nubes reforzaban más aún la sensación.



Descendimos de los vehículos, y los profesores comenzaron a efectuar su explicación sobre el desarrollo de la jornada.
Mientras lo hacían, no pude resistir el impulso de comenzar a fotografiar todo lo que veían mis ojos.


No éramos los únicos en madrugar, también lo habían hecho los caballos, y ahí estaban, pastando tranquilamente las primeras hierbas del día. 







Acabada la explicación subimos a los coches. Fuimos a aparcar al lugar habilitado para ello e informamos de nuestra presencia: tenían que confirmar la reserva, pues íbamos a entrar a la reserva integral.
Mientras ultimaban detalles, anduvimos por la zona, escuchando atentamente a nuestros profesores.







Desde el mirador nos explican que este ecosistema, de esta parte en concreto de Irati, es un hayedo-abetal. Significa que las especies arbóreas predominantes son las hayas (Fagus sylvatica L.) y los abetos (Abies alba MILL).
En esta foto se ven las manchas claramente: las hayas son los árboles sin hojas y los abetos los árboles verdes del fondo; los árboles más próximos son especies diferentes plantadas alrededor del aparcamiento y el merendero que ahora no vienen al caso.


Mientras resuenan las explicaciones yo me pierdo entre las ramas desnudas, apenas cubiertas de liquen, de un árbol cercano. 

Un pequeño morador del bosque se coló en esta foto.


Os presento al alerce, Larix decidua Mill, una planta muy especial. Se trata de la única conífera caducifolia de Europa. Ni los pinos, ni los abetos, ni los cedros... Ninguna conífera, excepto esta especie, lo hace.
Probablemente, esto se debe a una adaptación por los climas fríos y propensos a heladas donde habita en su estado natural: los Alpes y los Cárpatos.
Al mismo tiempo esto nos da a entender que aquí habrá sido introducido.



Otro morador del bosque en la distancia, entre las ramas. Probablemente se trate de un reyezuelo sencillo. 



Una vez todo estuvo dispuesto, iniciamos la marcha.







Estos hayedos no son masas maduras, en contra de lo que podría parecer: todos los pies tienen la misma edad. Esto ocurre porque hasta no hace demasiado tiempo los hayedos se explotaban por su madera.
Cuando esta se dejó de comercializar, los árboles tuvieron vía libre para crecer de nuevo. La distribución es heterogénea, pues nacieron del banco de semillas del suelo, pero la edad es similar en todos.
Aún quedan muchos años por delante para que éste se convierta en un bosque maduro; sin embargo los tesoros que alberga y que muestra al viajero ya son excepcionales. ¿Qué pasará si lo dejamos crecer?


Más alerces.

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Las hayas y los abetos tienen una estrecha relación, y podría decirse que ninguno domina sobre el otro porque ambos se necesitan para crecer.
El haya necesita suelos bien drenados y el abeto gran luminosidad y humedad. Sin embargo, el abeto deseca el suelo, lo que puede debilitarlo, y pasa justo lo contrario con las hayas. También se complementan de igual manera con el tipo de luz que proyectan y la que necesitan. El abeto necesita zonas umbrías para germinar (propiciadas por las copas de las hayas), mientras que las hayas buscan claros de luz para ello (como los que dejan los abetos, por ser de copa más estilizada).

Conforme muere un pie, se sustituye por uno nuevo, de la especie que sea. No es raro ver pies jóvenes de haya bajo abetos y viceversa. Podría decirse que son una especie de ying-yang forestal.


Hayedos hay, de muchas clases. Este en concreto requiere de grandes precipitaciones pero sin influencia oceánica. En zonas más frías, con excesiva precipitación o con escasez de ésta, el abeto será sustituido por otras especies de árbol que serán co-dominantes con el haya.

Por ejemplo aquí, en lomas orientadas al sur en zonas algo rocosas, el abeto era sustituido por Quercus pubescens, el roble pubescente, más adaptado a estas circunstancias.


Estudiar el cortejo florístico, es decir, las especies que acompañan a las dominantes, puede dar muchas pistas sobre el tipo de suelo, las precipitaciones y otros aspectos del lugar.


La presencia de abetos, sin ir más lejos, ya denota una gran cantidad de precipitaciones. Esto permite clasificar el hayedo como un hayedo ombrófilo.
Se sabe que el suelo es calizo, por ello las herbáceas que se encuentren en este entorno serán propias de terrenos básicos. Pero, ¿y si hay de terrenos ácidos o neutros? Eso quiere decir que la precipitación ha lavado la cal, y que por tanto el pH del suelo es más ácido de lo que cabría esperar.
Curioso, ¿no?


De todos modos, es muy escasa la variedad de especies herbáceas que puede crecer en un entorno tan umbrío durante los buenos meses y frío durante los malos.
Otoño es una mala época para observarlas, pues todas han perdido su parte aérea y sus rizomas o bulbos esperan para emerger, o sus semillas enterradas se cobijan en busca del buen tiempo.

Son plantas muy curiosas que deben completar su ciclo pronto y rápido, lo suficientemente tarde como para que no haya heladas, pero lo suficientemente pronto como para que las hayas no hayan desarrollado todo su follaje y les impida captar la luz solar.


¡Oh, genial, un árbol muerto!
¿Que por qué me alegro tanto? Bueno, yo misma me hice esa pregunta al ver las caras de felicidad de mis profesores, y también los numerosos carteles informativos que rodeaban al ejemplar.

La vida de un árbol sigue mucho después de su muerte. Son numerosas las especies que pueden sacar partido de él y darle usos.


Como estos hongos descomponedores de madera, que aquí se muestran en todo su esplendor. Aunque sus esporas están por todas partes y pueden desarrollarse en heridas y partes muertas de la madera, sólo pueden alcanzar este estado de madurez en los árboles muy enfermos, moribundos... o en los troncos muertos, donde campan a sus anchas.
Hongos vitales dentro del ecosistema del hayedo-abetal, pues descompone la madera y devuelve los nutrientes al suelo, permitiendo así la perpetuación del bosque. Y, sorprendentemente, muy amenazados.
Los trabajos de extracción han mermado sus poblaciones. Se considera que un árbol muerto es un árbol que ya no sirve para nada, y por tanto debe ser eliminado para dejar lugar a nuevos pies que produzcan madera. ¡Qué grave error, el de ver el monte meramente como un elemento de producción!

Por suerte, expertos en estos ecosistemas ya se han percatado del problema, y ahora la ley obliga a dejar cierto número de troncos muertos por hectárea. Al mismo tiempo, se sigue extrayendo madera. ¡La productividad no tiene por qué estar reñida con la ecología!


Los hongos no son los únicos que agradecen la iniciativa. Centenares de insectos que se alimentan de madera, pequeños mamíferos y aves como los picapinos vuelven a recuperarse poco a poco.




Este es el Ulmus glabra HUDS, el olmo montano o de montaña, una de las especies arborescentes que acompañan al hayedo-abetal. 





Nuestro camino seguía, internándonos más y más en el hayedo.




Una vista que nos permite contemplar la bella mezcla de hayas y abetos en todo su esplendor.



En el claro, pastos y algunos matorrales se abrían paso en su lucha por la supervivencia.


Un curso seco, el agua debe bajar bastante fuerte por aquí tras una lluvia. Por suerte para nosotros, no iba cargado, así que pudimos cruzar sin problemas.


Pero aunque no había llovido copiosamente y el curso estaba seco, sí había suficiente humedad como para invitar a salir a las babosas. Esta en concreto era muy tímida, y se negó a mostrar sus "cuernos" a cámara. 




Nunca dejan de impresionarme los colores del otoño.



Es como si a un ente de dimensiones extraordinarias se le hubiera caído un bote de pintura dorada que se hubiera desparramado por la inmensidad del bosque.



Esta pequeña herbácea es una muestra de que el suelo aquí es ácido o al menos está lavado de cal. 



El suelo, completamente tapizado por las hojas caídas, ofrece refugio a centenares de insectos, y un juego de colores impresionante para los visitantes.
















Llegamos en una época estupenda para la recolección de setas. De hecho, encontramos a muchas personas armadas con navaja y cesta, prestas a recogerlas.
Sin embargo, nosotros sólo pudimos deleitarnos con su visión, porque teníamos prisa, y además, dentro de la zona de reserva integral no se debe tocar nada.










Barquitos frágiles, surcando las aguas cristalinas de Irati.




A todo esto, ¿qué hace una reserva integral en Irati, y sobre todo, qué es?
Es un área restringida donde no puede haber absolutamente ningún tipo de actuación humana más allá de la observación y la toma de datos.

La reserva que visitamos fue la de Lizardoia, con 64 hectáreas de bosque salvaje. 

A principios del siglo pasado, uno de los más emblemáticos botánicos de la zona pidió que se conservara la selva de Irati entera, pues era "una catedral de belleza natural".


Se enfrentó a dos problemas enormes. 
El primero, que la política estaba demasiado centralizada en Madrid, y los responsables de declarar esto una reserva integral jamás llegaron a venir ni a preocuparse totalmente por el entorno.
El segundo, que en aquél entonces había un gran negocio en torno a la madera, del que dependían numerosas familias de los pueblos vecinos. Tampoco era cuestión de arrebatarles su forma de vida, que por cierto funcionaba bastante bien a nivel de no-extinción de los recursos, así que hubo alguna tensión entre la visión proteccionista y la productivista.
Al final se declaró lo que hoy conocemos como la reserva integral de Lizardoia.


No existen muchas así en España, y está permitiendo recoger una cantidad increíble de datos, recontar un número inmenso de especies, muchas amenazadas, y en esencia, está permitiendo conocer de primera mano cómo funciona un bosque sin intervención humana.
Eso sí, aún tenemos mucho que aprender de Centroeuropa, donde hay reservas que multiplican el tamaño y la edad de esta. ¡Toca aplicarse!




Para una persona como yo, que viene de los bosques del Mediterráneo, dominados por la hoja perenne, ver este manto en el suelo es un motivo de fascinación (por eso tantas fotos con el suelo de protagonista). Y también de juego. ¡Lluvia de hojas!











Y casi más extraño que las hojas, se me antojan los árboles muertos en medio del bosque. Cada vez que encontrábamos uno, nos deparaban sorpresas nuevas.
Nuestros guías parecían tener una memoria sin fin, y nos sorprendían a cada instante.


Los árboles muertos son el lugar apto para que los picos (los pájaros carpinteros) hagan sus nidos. Sin ellos, se ven obligados a buscarse alternativas que no les resultan tan eficientes, y se hallan mucho más expuestos a los depredadores. Por eso sus poblaciones han disminuido tantísimo y están amenazados, y sin embargo en Irati se mantienen, o incluso parece que algunas mejoren.
El pico dorsiblanco, por ejemplo tiene aquí uno de sus últimos reductos de la Península. 


Nos contaron que habían observado que la mayoría de nidos se encontraban a varios metros de altura, justo un metro y medio por debajo de la primera rama gruesa.

Un sistema de defensa contra su principal depredador, la marta. Aunque saben trepar, son incapaces de hacerlo por el tronco liso, sin corteza a la que agarrarse. Y tampoco pueden acceder por otros árboles cuyas ramas se toquen con las de éstos, porque un metro y medio es demasiado para descolgarse.


No es un sistema infalible, pero indudablemente les da buenos resultados.


Los hongos descomponedores de madera, en la base del árbol, también hacen acto de presencia, aportando su grano de arena para completar el ciclo vital del bosque, creciendo y devolviendo los nutrientes al suelo, permitiendo que luego otros seres puedan crecer.


Ver todo esto me inspiró un gran respeto. Es tan bonito ver que la vida no acaba cuando tú te vas. Tu muerte individual y tu partida es un acto triste, o quizá que nos asuste porque no sabemos qué hay más allá.
Pero el hecho de ver que un tronco, varios años después de muerto está sustentando un increíble ecosistema da que pensar. 
Supongo que es extrapolable a las personas. Puede que nos vayamos, pero todo lo que hemos enseñado, compartido y amado en este mundo permanece, y sigue ayudando a construir y a crecer a los que siguen en él.




Tanta belleza me sobrepasaba, igual estaba maravillada con los colores del bosque que lo hacía de la corteza del árbol muerto.

Otro punto importante, es que sirve de nicho y alimento a numerosas especies de insectos descomponedores de la madera, que en ocasiones también se consideran amenazados, y que sostienen a otras tantas especies de aves y de pequeños mamíferos. 




Aunque el contraluz no permite apreciar los bellos colores otoñales, también tiene su punto.


Entre charlas y momentos de aprendizaje hicimos cima. Nos dispusimos a descansar y a admirar las preciosas vistas que nos regalaba la cumbre. 
En primer plano, algunos robles, que nos informaban de estar situados en una zona algo más cálida, o al menos soleada, que aquella de la que veníamos. Sustituían al abeto, pero sólo en los claros más rocosos y cálidos. Al fondo, nuevamente, el hayedo abetal dominaba las vistas.


Preciosa sinfonía de colores. Sin palabras para describirlo.












Reanudamos la marcha. Los pastos que se atrevían a crecer en este claro también se llevaron su merecida atención



A nuestra izquierda, las vistas anteriores, a la derecha, la profundidad del bosque. ¿Qué más se puede pedir?








Un gran roble que nos tuvo un largo rato tratando de averiguar qué especie era. Y al final, lo dejamos en tablas. 
El hecho de que diversas especies de roble convivan en el mismo lugar y que hibriden con tanta facilidad tendrá mucho que ver con ello.




Perdida de nuevo entre la corteza y el musgo de otro árbol.



Conforme avanzaba el día, los colores parecían cambiar.




Un superviviente del bosque. Me pregunto qué le habrá pasado para acabar así (un rayo, la rotura de la guía principal de crecimiento...) y sobre todo, cómo habrá sido capaz de aguantar, sobreponerse y seguir creciendo. Una muestra más de que la naturaleza, si la dejas, es capaz de todo.



Y otro ejemplo más. Cada vez admiro más esta reserva.





Una rama desgajada nos aporta otra visión y otro color de la madera.



Nuevamente, setas.
No sé si ya lo habré contado en el blog, pero de todos modos no está de más recordarlo. Estas estructuras tan sabrosas y apreciadas, o temibles, según el caso, son el último estado de madurez de los hongos basidiomicetos. Se les conoce como su cuerpo fructífero.
Es en las setas donde se producen las esporas (por eso los recolectores de setas van con cestas de mimbre, para permitir que los ejemplares que han cogido puedan dispersarlas y cumplir su cometido de reproducirse).
Es una forma de reproducción sexual, que incluye el intercambio de información genética (como la nuestra), lo que les permite tener un banco genético amplio, adaptable a situaciones cambiantes. Sin embargo, sus hifas (pequeñas raicillas blancas, como las del moho, que de hecho también es un hongo) son capaces de reproducirse asexualmente.
Todo un mundo, este de los hongos.





Y de repente, esto. Otro hongo descomponedor de la madera. Y no sólo uno, sino montones.


Me recuerdan a estas lámparas en forma de semiluna que se ponen pegadas en la pared. O a pequeños balcones del bosque.



¿Y qué me decís de estos tan "psicodélicos"?



Alguien exclamó, sorprendido. ¡¡¡Parece de oro!!!, gritaba. ¿El qué, qué pasa? Todos nos aglutinamos en torno al tronco podrido, y admiramos este bello insecto. 


Creo que se trata de un calosoma, pero no lo tengo nada, nada claro. Precisar insectos es sumamente complicado, sobre todo si no andas metida en el mundillo.
Hay tantísimas especies que para ser experta en insectos no puedes serlo en nada más... ¡Y aún así no dominarías ni la mitad de tu país!


Dos cosas, sin embargo, son ciertas: se alimenta de madera y es precioso.




No me pude resistir y le hice una colección de fotos. Lástima no poder invitarle a mi casa para que eligiera la que fuera más de su agrado. Así que aquí las dejo todas.




Luego, volvimos a encontrar estos hongos descomponedores, la misma especie que antes. Espera, pero si son muy raros.
Parecen de todo menos un balcón.


¿Pero qué pasa? ¿Y esa deformidad?
Nada, simplemente comenzaron a crecer "hacia abajo" cuando el tronco estaba en pie. Cayó, y al hacerlo, cambió la disposición de "abajo". Así que modificaron su línea de crecimiento para volver a mirar hacia el suelo.
Tanto las plantas como los hongos son sensibles a la gravedad y en el caso de una planta, a la luz. Si hay un corrimiento de tierra, por ejemplo, serán capaces de percibir dónde está la nueva línea de crecimiento, y seguirla (por eso en las laderas es fácil encontrar árboles con el fuste recurvado).

La sensibilidad hacia la gravedad se debe a unas minúsculas moléculas de gran peso que se hallan en sus células, que se hunden, indicando así dónde está "abajo". Si se mueve la tierra, éstas también lo harán, e indicarán por dónde seguir creciendo.

Una planta, por ejemplo, lo puede usar para que sus raíces profundicen si lo necesita. ¿Y estos hongos? ¡No tienen raíz! Bueno, en su caso, modifican la dirección de crecimiento para que sus esporas caigan al suelo y se puedan distribuir y expandir. Si no lo hicieran, al caer el tronco al suelo, se verían obligadas a dispersar las esporas encima mismo de la madera. ¡Sus hijos entrarían en competencia directa por los recursos! Solución, la que veis.

Curioso, ¿no? 



Por aquí es por donde se generan y caen las esporas una vez maduras.





Aquí se aprecia claramente cómo ha cambiado la dirección de crecimiento. Es increíble cuántas historias, cuantas adaptaciones y cuántos millones de años de evolución pueden esconderse tras una simple foto.








Nos costó, pero nos acabamos despegando de los troncos y sus hongos y seguimos con la excursión. No hay palabras para describir la hermosura del lugar, así que voy a dejar unas cuantas fotos sin interrumpir con mis escritos.























La imagen habla por sí misma. ¡Me niego a caer!
















Un toque de verde entre tanto ocre que destaca.











Salimos de la reserva integral, y nos unimos a un camino que discurría por pleno hayedo. Ahora, al mirar hacia arriba, al lugar de donde venía, seguía maravillada.











Aunque estábamos fuera de la reserva, en vista de los buenos resultados, se estaban dejando árboles muertos por todo el hayedo. Hay un número mínimo por hectárea, y da igual dónde estén, aunque sea al lado del camino.
Quizá así sea incluso más educativo.

Son unas medidas que ya había visto en el Pirineo catalán, y que me encantaría que se implantasen en mi tierra. 







El camino se hizo pista, cada vez más ancho y fácil de transitar.



















Entre los troncos se atisbaba el embalse de Irabia. Es como un mar o un gran lago completamente rodeado por el hayedo. Sinceramente, no me importaría volver en verano y bañarme.




Ya estábmos llegando a la "civilización", y primero el continuo sonido de los cencerros y posteriormente la presencia de las vacas parecían querer indicarlo.




Esta parecía intrigada de ver a tanta gente de golpe. "Vamos a ver, ¿quién sois vosotros, qué hacéis aquí y que queréis? ¡Venga, no mareéis!"






De nuevo, el embalse.








¿Qué hay más bucólico que pasearse por un camino así, rodeada de gente amable que te hace reír, y a la que aprecias muchísimo?

































La niebla comenzaba a bajar. Se hacía tarde, y aún había que llegar al aparcamiento y conducir a Otsagabia, y comprar algo para cenar. ¡Debíamos darnos prisa! 
Pero yo... no podía parar de hacer fotos.












Otra cosa interesante de los árboles muertos que se dejan en pie, es que cuando caen, levantan el suelo (aunque la foto no es el caso, porque está al medio del camino, pero bueno. Los troncos, cortados con motosierra para dejar pasar, pero se habían dejado en pie).
Al levantar el suelo, crean irregularidades en el terreno, pequeñas lomas elevadas. Son aprovechadas como especies como el urogallo para hacer el reclamo nupcial.
Y además, las piedras que arrastran al caer, también son de utilidad a estas aves, pues tragan algunas para que les ayuden a digerir los alimentos.
Una razón más para seguir con esta práctica.














Al final, llegamos in extremis a los coches. Tuvimos el tiempo justo para subir, mientras la niebla nos engullía poco a poco. 
Así fue como, con la ventanilla bajada, pude tomar estas últimas fotos de caballos en la niebla.




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