Cuando quieres ser toda una anfitriona y tus visitas no son de Valencia, hay miles de lugares que puedes visitar, pero sin duda, uno de ellos, totalmente obligatorio es l'Albufera de València.
Tantas tradiciones, tanta naturaleza, tanta belleza en un mismo lugar son dignas de ser admiradas y apreciadas por personas de cualquier parte.
Nuestra visita comienza un día a mediados de enero (enero de 2016, tórrido donde los haya) en los muelles. Se nos hizo tarde, y el autobús hizo de las suyas, así que llegamos a la hora de comer.
Decidimos sentarnos en una de las pasarelas de madera que permiten el paso sobre el agua, para así acceder a las barcas.
Un cormorán (Phalacrocorax carbo L) extendía sus alas para secarse y entrar en calor, sobre este poste que sostiene las redes de pesca. Hay quién le encuentra parecido con la señal de Batman; otros son más de pensar que se tomó la molestia de asemejarse al murciélago de la ciudad de Valencia.
Albufera, que en árabe significa "el mar interior", viendo estas fotografías tomadas desde el mismo muelle nos damos cuenta de cuánta razón tenían nuestros antiguos.
Nada más sacar nuestros bocatas, como por arte de magia, comenzaron a llegar gaviotas, a la espera de que algún bocado fuera a parar a sus ávidos picos.
Esta parece un capo de la mafia, exigiendo ferozmente su pedazo de pan. "¡Dámelo ahora y nadie resultará herido!"
Creo que se trata de una gaviota picofina (Chroicocephalus genei); una suerte pues haberla visto porque se trata de una de las gaviotas con menores áreas de población en nuestro país.
Sin embargo, esta gaviota es una excepción, pues hay otras muchas especies que han sabido adaptarse al ser humano. Es un claro ejemplo de cómo aquellas especies que han sabido adaptarse a su nuevo entorno proliferan y las que no, se ven cada vez más recluidas y amenazadas. Lo mismo pasa con las cigüeñas, por ejemplo, mientras las blancas ven como sus poblaciones aumentan más y más (ya nidifican en grandes antenas y postes eléctricos), las negras se ven amenazadas.
Selección natural, le llaman, aunque en este caso es selección humana pura y dura.
A nuestro lado unos pescadores se disponían a faenar. También ofrecen visitas por el lago, entre cañizos, aguas poco profundas y un sinfín de aves. Me quedé con las ganas de ir; otro día será.
Una garza real, Ardea cinerea L., transportando material para construir su nido.
Mientras observábamos nuestro alrededor, más gaviotas venían a observarnos a nosotros y a reclamar su parte del pastel.
Por tierra, nos "atacaban" los gorriones, Passer domesticus L, como esta graciosa hembra, que pacientemente esperaba nuestra marcha para acometer las miguitas que dejábamos.
Pasada nuestra animada hora de la comida, nos internamos en la pinada. Es una gozada poder disfrutar de un entorno así de salvaje y bien cuidado, ¡y encima a menos de nada de nuestra capital!
Los pinos (Pinus halepensis) no son ni la mitad de espléndidos donde yo vivo... Ahí se ven los frutos de una buena gestión.
Por el camino nos pusimos a jugar con los contraluces y el "vello" de algunas plantas (una eficiente adaptación contra la desecación)...
... y con las formas del camino...
... con la vida...
... y con las segundas vidas...
... con el agua...
¡Ups, alguien se coló en mi foto!
Bueno, como queda bonita, la dejaré. Además, es una buena alegoría de que sin agua no somos nadie. La mayor fuente de vida es el agua, que no se nos olvide nunca, ¡hay que saber cuidarla!
Hay ocasiones en que este camino se asemeja a una selva, y es el momento ideal de jugar con las luces.
En cierto modo, lo es; todas estas plantas enredaderas, entre las cuales destaca la Smilax aspera L. o zarzaparrilla, son un remanente de los exóticos bosques de laurisilva que un día, antes de la última glaciación, poblaron lo que hoy en día es el mediterráneo.
Nuestras enredaderas son, pues, lo que otrora fueron lianas, adaptadas, con el paso de los años, a la sequía y el calor.
Salimos de la densa maraña y nos encontramos con este (creo) cernícalo, observando desde las alturas todo lo que se cuece en los alrededores. Saludemos al rey de esta parte de l'Albufera.
Llegábamos casi a la zona de playa cuando esta curruca (nuevamente creo; no soy experta en aves) nos llamó la atención. ¿La veis escondida en el matojo, cerca del poste?
Este lago, laguna o como lo queráis llamar, es artificial. No recuerdo muy bien el motivo de su construcción, lo que sí es cierto es que es el hogar de muchas especies, y que se ha convertido, sobre todo la pequeña isla de su interior, en un remanso de paz y tranquilidad para muchos seres.
¡Ah! Y un lugar maravilloso para hacer fotografías, por cierto.
Entrada a la playa. Una gozada poder remontar esta parte de la duna, para luego dejarte caer suavemente en la playa; es como un pequeño esfuerzo para conseguir una gran recompensa.
Saber el nombre de una especie concreta de caracol es muy complicado, y más si no eres una experta en la materia; sin embargo estuve hablando con un apasionado de estos invertebrados, y creo que he dado con este pequeñajo: Xerosecta explanata.
Es un caracol amenazado, no por depredadores o enfermedades, sino porque su especie está ligada a las dunas, y por ende, desaparece con ellas.
Es un endemismo ibero-levantino, esto es, sólo se encuentra al este de la Península Ibérica, lo que incluye nuestra tierra.
No es raro de ver en las pocas dunas que nos quedan, como ésta. Es muy curioso, porque la concha es totalmente normal por la parte baja, pero plana, como una mesa, en la parte superior. ¿A qué adaptación evolutiva se deberá esto? No lo sé, no he encontrado información al respecto. Me gusta imaginar que les facilita el desplazamiento sobre la arena, o reduce la incidencia de los rayos del sol.
Como el uso de cámaras está (auto)prohibido en la playa, para que el objetivo no se obture por los granos de arena que pueden ser arrastrados por el aire, no hubo más fotos hasta la vuelta.
Llegamos a tiempo para ver un precioso atardecer, de nuevo en los muelles.
La tradicional vida ligada a l'Albufera aún sigue hoy en día, tal y como demuestran estos dos barqueros, que recogían las redes enganchadas a los postes donde otrora hubiera estado posado el cormorán.
Las luces vespertinas eran acompañadas de la iluminación humana; calles, coches, hogares, todo se iluminaba para permitir la continuidad de nuestra atareada vida.
Contrastaba verlas junto a la quietud del muelle, vacío ya, y a la espera de la luz de un nuevo día.
Junto con el crepúsculo, nos despedimos de l'Albufera, que dejó un buen sabor de boca a quienes no la conocían. ¡Hasta pronto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario