Especial Costa Rica. Puerto Viejo, el Caribe

¡Señoras y señores, les presento el Caribe!
Sí, lo sé. Ni el cielo ni el mar están tan resplandecientes como en los anuncios. Es algo natural, pensad que en este lugar hace muchísimo calor. Es como el típico día de agosto valenciano, que aparece encapotado y es más bochornoso que un día soleado.
Suerte que aquí el firmamento es cambiante, como las olas de su océano, y pudimos disfrutar de toda la gama de colores que tenía para ofrecernos. 


Nos encontramos aquí, en este punto señalado dentro del recuadro: la playa de Puerto Viejo.
Ya desde el primer momento se nota que estás en el Caribe: los ritmos latinos dejan paso al reggae y proliferan las construcciones con colores y formas de lo más variopintas y llamativas. 


El mar estaba bravo, así que decidimos ir a dar una vuelta. 
Exceptuando la "zona centro", atestada de turistas y de tiendas para turistas, era un lugar apacible y tranquilo. Era normal encontrar casas diseminadas a lo largo de los caminos; no eran grandes ni presuntuosas, ni parecían albergar grandes lujos. Pero, ¿quién los necesita viviendo en un lugar así? Tenían unos jardines que quitaban el aliento.
Mirad la exuberancia alrededor de las casas:


¿Nunca habéis deseado tener un árbol así en vuestra casa?



Un mismo país, dos océanos distintos, y un tangara grupirroja (o Ramphocelus passerini LESSON) para unirlos. Al igual que en la Bahía de Drake, estas avecillas tan llamativas campaban a sus anchas entre los jardines al lado del mar.


Hermosas plantas de jardín.



Y mira tú, entre el follaje nos encontramos esta lagartija tan coqueta. No soy experta en herpetología, y ahora ando escasa de tiempo, por lo que, de momento, se nos queda en el tintero identificarla. Eso sí, si alguien se anima, su información será muy bien recibida.



¡Es espectacular cómo la mayor parte de su cuerpo es una larga y estilizada cola! 



También había lugar para las mariposas, algunas oscuras, como los árboles de su alrededor...


... otras con colores algo más llamativos.



Y por último, este experto en camuflaje. ¿Podéis verlo? A mí me costó.



No olvidemos que estamos en Costa Rica. Las hermosas plantas, con sus magníficas hojas, no dejan de acompañarnos durante el camino. 
Con dos de estas me podría fabricar un vestido, y aún sobraba tejido, estoy segura.



Este tesoro es una Heliconia wagneriana Petersen in Mart.
Es una hermosa planta, muy apreciada en jardinería, que se mostraba en todo su esplendor para aquellas personas que querían dar un grato paseo lejos de las aglomeraciones.
Heliconia proviene de Helicón, una montaña griega donde se reunían las musas. Supongo que la belleza de estas plantas inspiró a los botánicos que decidieron bautizar al género, de hecho a mí también me inspiraría. 



Esto es una fragata o fregata en pleno vuelo. La foto en sí no dice nada, no es especialmente atractiva ni pasará a los anales de la historia por su inconmensurable belleza. Pero me sirve como pie para una anécdota.
Y es que, cuando volaban más altas, allá arriba en la lejanía, nos recordaron al símbolo de Batman, y yo me reía pensando en lo ocupado que estaría el súper héroe en esta zona del planeta, atendiendo a las llamadas falsas ocasionadas por el avistamiento de fragatas.
Sin embargo la risa se trocó en frustración. En uno de nuestros larguísimos días en autobús, tuvimos un trayecto de varias horas de duración en el que sonaban una y otra y otra vez las mismas canciones. Una de ellas era "la boda de Batman". Si ya el nombre es de por sí irrisorio, imaginad la pieza en sí (y el montaje musical ya es para morirse). Pero el caso es que los días pasaban y seguíamos con la canción pegada en nuestra cabeza. Y si la lográbamos olvidar... ¡por allí pasaba una fragata y nos la recordaba!
Al ver la foto lo recordé, y lo quise compartir. 


En fin, volvamos a la normalidad y disfrutemos con estas bellas flores.



Y aquí una especie de garza. Subida a... no, no es un tronco.


¡Es una embarcación abandonada! Con el paso de los años se había ido oxidando, y la naturaleza había reclamado lo que era suyo.
La poca eslora que quedaba en pie estaba tapizada por un profuso herbazal, y algún árbol valiente asomaba sobre cubierta.



Esto ya es por la tarde, la luz había cambiado y se apreciaba mucho mejor lo que os contaba.
Quise subir, pero no encontraba un sitio apropiado para hacerlo. Me empapé entera, con ropa incluida, le di casi la vuelta, hasta que el agua casi me cubrió, gire sobre mis pasos y cuando iba a darme por vencida reparé en que alguien había colgado una cuerda del árbol.
Fue un chapuzón gratuito, pero lo disfruté bastante.
En la fotografía podéis ver a la persona que me dio la idea de subir; ¡gracias!


Por cierto, la idea de la naturaleza reclamando su lugar siempre me ha fascinado, y esta es una de las imágenes más poéticas que he tomado al respecto.



La playa de Puerto Viejo depara grandes sorpresas a quienes la visitan con paciencia y cariño. Por ejemplo, encontramos este curioso tronco, desgastado y pulido, que sostenía una extraña roca.


Resultó ser un pedazo de coral con forma de corazón. ¡Qué caprichos los de la naturaleza!
Quise llevármela a casa, pero me convencieron de que no pasaría la aduana. Y pensándolo bien, es mejor así, porque la podrán disfrutar más personas. ¡No siempre hay que llevarse a casa todo lo que te gusta!


Luego, observamos el ritual de pesca, rítmico y sosegado, de esta garza.








Una de mis fotografías favoritas del viaje.


El Sol comenzaba a caer, y las brumas tomaban la playa.


Entre la arena, casi negra, destacaban estas hierbas, que se me antojan pequeñas lechuguitas aunque sé que poco o nada tienen que ver, y esta avecilla que correteaba entre ellas.





No creo que necesite explicación. Me gustó, y ya está.





Troncos, algas, brumas, espuma de mar, el sol escondiéndose;  para mí una combinación perfecta.





Zopilotes de regreso a casa.


¿Un tentáculo de pulpo? No, nuevamente un tronco arrastrado por las olas y pulido por la fuerza del mar. Desconozco el por qué de los tonos rosados de la madera, pero me encantó.




¡Bienvenidos a la jungla más profunda!


Ups, creo que las toallas tendidas me delatan. Confieso, esto es nuestro hostal. En el medio había una mata de bambú gigante y sobre ella proliferaban varios ejemplares como éste:


Boca arriba, boca abajo, correteando por el bambú y por el suelo, y si te descuidas, saltando de un sitio a otro a tal velocidad que era imposible seguir el ritmo y volverlos a encontrar.




Y con esta miradita de superioridad, nos despedimos por hoy. ¡Hasta la próxima!


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