Es curioso el mundo de las relaciones humanas, e igualmente fascinante es el de las casualidades. Desde el momento en que nacemos, todo está plagado de ellas. El colegio al que vayas va a determinar quiénes podrían ser tus primeros amigos. Coger ese tren por un pelo te puede conducir a conocer a tu mejor amigo. Ese viaje que hicimos nos puede llevar, de rebote, a otro más.
Hay personas que pasan por tu vida sin apenas hacer ruido, sabes que están, las ves todos los días, pero nunca llegan a marcarte, ni tú a ellas. Hay personas que dejan huellas suaves, otras que van y vienen y siempre son agradables de recuperar. Hay personas que entran poco a poco en tu vida, hay personas que la mejoran, hay quienes te ponen algo más difícil el camino.
Para mí, la mejor combinación, por lo especial que puede llegar a ser y lo difícil que es hallarla, es la que poseen aquellas personas que llegan a tu vida de pura casualidad, por un instante, durante una mínima fracción de tu vida; y eso basta para cambiarlo todo.
Una de esas personas lleva el nombre de Anna, viene de República Checa y la conocí por pura casualidad en un albergue en Costa Rica. De hecho incluso llegué a narrar la excursión que hicimos juntas hacia Río Claro, en la Bahía de Drake (dejo aquí el enlace por si te pica la curiosidad http://nadacommunis.blogspot.com.es/2015/05/especial-costa-rica-la-bahia-de-drake.html). El caso es que después de aquello, hemos mantenido el contacto a través del tiempo y de los kilómetros que nos separan. Una cosa llevó a la otra, y años después, este agosto, he acabado viajando hacia su país natal.
Comienzo contando la historia desde el principio. Nuestro primer punto del viaje fue la increíble Praga. Todo el mundo me había recomendado encarecidamente que la visitase, pero al final le pude dedicar muy poco tiempo, por no decir, una tarde. Y es que se me ofrecía la posibilidad de ver el país con los ojos de un nativo y... ¡Praga, tan turística y preparada para el viajero podía ser visitada en cualquier momento!
Así que las fotos que os dejo van a ser más para apreciar la belleza de la ciudad que para compartir una clase magistral de historia. Para ir abriendo boca, el atardecer desde uno de sus parques.
Esta foto está tomada a unos cien metros del apartamento que tiene mi amiga por Praga. Sí, tiene el parque muy cerca, pero no es nada raro: ¡hay parques y jardines por todas partes!
Las torres, creo que de la catedral.
Andando de parque en parque llegamos a Vyšehrad (me faltan teclas para escribir todos estos nombres checos, así que me toca copiarlos), una de las seis ciudades originales de las cuales ha surgido Praga. Es una zona más destinada a los habitantes de la ciudad que a los turistas. En esta imagen vemos una iglesia románica, que se encuentra integrada en la fortaleza de Vyšehrad.
Las vistas eran espectaculares. El día acompañaba, la temperatura era agradable y aquí y allá se escuchaba música en directo.
Jugando con el zoom de la cámara para captar los detalles de las construcciones más imponentes que se albiraban desde la fortaleza.
Y como no podía ser de otro modo, como siempre tengo los hocicos metidos en busca de seres vivos que me llamen la atención, entre paisaje y paisaje tuve tiempo de encontrarme con esta preciosa mariposa.
Nuevamente, volvemos a las vistas generales.
Esto de aquí es la iglesia de San Pedro y San Pablo, ubicada en la fortaleza Vyšehrad. Se quemó y fue reconstruida en el siglo XIX.
A los pies de la iglesia, un colegio o guardería (para mí el checo es algo completamente fuera de mi alcance, así que no lo pude traducir), preciosamente decorada con los motivos que los peques habían confeccionado.
Una vista frontal de la iglesia.
Este de aquí es el río Moldava. Realmente no he sabido que se llamaba así hasta que lo he buscado, pues mi amiga se refería a él por su nombre en checo, Vltava, que a mí no me sonaba de nada. Como la mayoría de ríos que atraviesa una gran ciudad, es uno de sus pilares, y una parte importante de la vida de Praga se vertebra en torno a él: edificios emblemáticos, negocios, barcos, bares, paseos, lugar de ocio para la comunidad...
Me pareció curioso que en algunas de las lomas de la fortaleza se hubieran plantado viñas. Mi amiga me explicó que "lo intentaban" con el vino, pero que no les llegaba a salir del todo bien. Su conclusión era "tú deja la cerveza a la República Checa y el vino, para España, que cada cual es experto en lo que es".
La iglesia de San Pedro y San Pablo jugando al escondite.
Cuando bajamos al paseo que sigue el río, me sorprendió la cantidad de barcos atracados que eran, en realidad, un bar. Muchos tenían su propio espectáculo (grupos de música en vivo y en directo, y además, de todos los géneros) y uno incluso tenía a bordo una pista de voley.
A estos barcos se acercaba sin vergüenza alguna una horda de cisnes, adultos o juveniles, a pedir comida y pavonearse, o simplemente a cotillear y seguir nadando.
"Disculpe, amable turista, ¿va a comerse ese trozo de pan?"
Y mientras unos piden, otros se acicalan.
La gente los alimenta (mal hecho, ya hablaremos de ello en otra entrada) y las palomas, cerca del agua, también se acercan a darse un festín.
Por el río también circulan diversas y curiosas embarcaciones, que ofrecen paseos guiados al turista.
Volviendo a lo mío, a los cisnes. Me encanta la combinación de colores, ¡apenas se ven!
Hora de acicalarse en familia. Las aves segregan una sustancia aceitosa que, esparcida cuidadosamente sobre las plumas, aísla a los animales del frío, la humedad e incluso el agua. Por eso es tan común observar a estas aves poniéndose a punto.
¡Oye, no te enfades! ¡Te prometo que sólo son fotos, no te voy a hacer nada!
Uffff, parece que se calmó.
Seguimos andando.
Más monumentos que me hubiera gustado conocer, pero no tuve tiempo de hacerlo. Ya tengo otro viaje pendiente.
Esto es Petřínská rozhledna, una torre de observación. O, como mi amiga la describe, "una torre Eiffel pequeñita".
En realidad, la descripción es bastante acertada, ya que es un modelo a escala de la original. Se construyó con motivo de la Exposición de 1891. Como curiosidad, al estar construida en un alto, su cúspide está a la misma altura sobre el nivel del mar que la del monumento en el que se basó.
El puente de Carlos, uno de los monumentos más conocidos de la ciudad, y también, el puente más antiguo.
Llegamos a otro parque, y esta vez mi objetivo se dirigió hacia las grajillas (Corvus monedula) que campaban a sus anchas. Son una especie de córvido muy inteligente, que ha sabido adaptarse a las ciudades. En ocasiones se alimentan de los múltiples insectos que atrapan en los céspedes de los parques y jardines como el de la imagen.
La belleza de las flores que engalanaban la zona tampoco me pasó desapercibida:
¿Qué estarán tramando estas enigmáticas serpientes que decoran uno de los muros el parque?
Poco a poco caía el Sol. La República Checa tiene nuestro mismo huso horario, pero se sitúa mucho más al Este. Por este motivo amanece y anochece mucho antes. Era curioso ver que a las 8 de la tarde apenas había luz, y era desconcertante que a las 6 de la mañana el Sol estuviera ya bien alto.
El Sol jugando al escondite.
Este edificio que destaca sobre todos los demás es la catedral de San Vito, una construcción gótica de dimensiones descomunales.
¡Ojalá en mi tierra pudiera encontrar unos árboles tan descomunales!
Disfrutando del precioso atardecer.
Nuestros pasos nos llevaron a la Plaza Vieja, lugar emblemático de Praga donde los haya. Nos cachearon antes de entrar, pero no tuvimos que hacer demasiada cola porque eran pocos los turistas que se acercaban allí a esas horas. Anna nos explicó que allí residía el Presidente. ¿Alguien se imagina a nuestro Presidente viviendo en un sitio turístico, rodeado todo el día de gente común?
¡Qué construcción más hermosa!
Estos pórticos están guardados por una valla metálica, que está decorada por varias piezas. En ellas, aparecen personas realizando diversas tareas ligadas al campo: vendimiar, esquilar ovejas, cosechar... Mi amiga nos explicó que representan a los distintos signos del zodíaco y a las labores que se corresponden con el periodo que marcan. En la foto, en el pórtico de la izquierda aparecemos ambas, mientras trataba de encontrar mi signo, acuario, para así descubrir mi imagen.
Ya caída la noche, nos escurrimos por las callejuelas de la zona.
No se lee bien, pero esta es la casa de Kafka. Era una foto que había que hacer.
Despedimos ya la primera entrada sobre República Checa con estas imágenes del río Moldava por la noche.