Okupas en el altar


Tengo la gran fortuna de vivir en un municipio pegado a una montaña. Esto se traduce en tres grandes ventajas:
  • Las vistas desde mi casa son una gozada
  • Estés donde estés la montaña siempre se ve, por lo que es muy fácil orientarse. Perderte es casi imposible en Xàtiva, y para alguien tan despistada como una servidora, y aunque le avergüence admitirlo, es un hecho bastante positivo.
  • El tercero y más importante: siempre que tengo mono de tocar verde puedo quitármelo. En menos de quince minutos ya estoy monte arriba. 

Una de las características más notorias de mi tierra es que absolutamente todo es calizo. Y como muchas grandes áreas de tierra caliza, tiene un relieve bastante irregular. Para qué nos vamos a engañar: la montaña parece un queso Gruyère.
Lejos de espantar a nuestros antepasados, la porosidad de esta roca se ha empleado durante siglos: no es raro encontrar aljibes, refugios, escondites empleados durante la Guerra Civil y cuevas, muchas cuevas.

Una de las mayores oquedades, visible prácticamente desde todo el municipio, recibe el nombre de Cova dels Coloms. Situada en plena Serra del Castell, ya no alberga palomas, sino un altar cubierto de flores de plástico, asientos esculpidos en la roca y una virgen de escayola (también cubierta con flores de plástico, en este caso, en forma de collares). 

Como no deja de ser un lugar curioso que me pilla de paso cuando muestro el municipio a algún amigo, suelo visitarlo con frecuencia.

Imaginaos cual fue mi sorpresa cuando un día, en vez de encontrarme con la calma habitual, me encontré con una mancha gris que salió disparada y chillando hacia nuestras cabezas. Por suerte solo nos estaba "advirtiendo" y no se acercó demasiado.
Recuperamos el aliento y advertimos que la mancha era en realidad...


... este compañero.
Se trata de un avión roquero o Ptyonoprogne rupestris (Scopoli). Supongo que se asustó al vernos y quiso defender su territorio.
Son aves emparentadas con las golondrinas, y, como ellas, construyen sus nidos con barro, forrado por dentro con plumas, pasto u otros elementos mullidos que le den calidez.
Son muy voraces: se alimentan de insectos, y según los expertos deben alimentar a sus polluelos cada dos a cinco minutos. Imaginad tener uno de estos durante el verano rondando vuestra casa: ¡nunca volveríamos a necesitar un repelente de mosquitos!

Aquí tenéis al susodicho, algo más tranquilo ya, a la expectativa. Es una sensación indescriptible cuando me hallo en una situación de observación mutua como esta, midiéndonos el uno al otro, anticipándonos al siguiente movimiento: bien para huir, bien para tomar la foto (o huir también, no sería la primera vez).
 

Os presento a la pareja del avión roquero defensor, que parecía algo más calmada. Está justo en el centro del altar, por si os cuesta verlo.
Por curiosidad me acerqué y... sí, estaban construyendo su nido allí mismo. ¡Ahora los feligreses tienen unos emplumados okupas en su altar!



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