No soy consciente de si lo he comentado o no (probablemente sí), pero soy de estirpe socarrà. Nací en Xàtiva, como mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos. Adoradme, productores de "ocho apellidos vascos". Yo tengo mis ocho apellidos setabenses.
I, heu de saber, que si escric aquest blog en castellà és perquè el vaig començar amb un amic castellanoparlant... i així s'ha quedat.
Como buena xativina que soy, he visitado incontables veces el castillo, las fuentes, las iglesias, sus parajes naturales. No es porque sea mi pueblo, es que, sencillamente, es maravillosa.
Y, una vez más, como buena xativina no puedo dejar de recordar los grandes hitos de la historia que atesora este lugar: cuna del papel en Europa y de los dos primeros papas de origen no italiano de la historia, los Borgia (aunque no me siento especialmente orgullosa de ellos). Lugar de residencia de poetas de todas las épocas y religiones, que supieron apreciar su belleza, espacio de recónditos secretos, ciudad de las mil fuentes... Punto álgido de la resistencia contra el Borbón.
Ocurrió que el rey Carlos II (casa de Hasburgo), murió sin descendencia. Dos candidatos aparecieron para reclamar el trono vacío: Carlos de Austria y Felipe de Borbón.
No me voy a andar mucho por las ramas porque no viene al caso, pero en resumidas cuentas, la Corona de Aragón (excepto una parte importante de la nobleza) apoyaba a Carlos, quién había prometido mantener los Fueros.
El 25 de abril de 1707 se libró la batalla de Almansa (fue un conflicto bélico de gran magnitud, que involucró a ejércitos de media Europa: Francia, Baviera, Colonia, Mantua y la parte fiel a Felipe contra el Sacro Imperio Romano Germánico, Inglaterra, Escocia, Gran Bretaña, Portugal, Saboya y la parte fiel a Carlos), en la que el ejército austracista quedó muy mal parado y se disgregó. Pero no todos se rindieron: Xàtiva quedó como un bastión de resistencia contra el ejército borbónico. La ciudad fue asediada y finalmente tomada el 2 de junio de aquel año.
Una persona en sus cabales pensaría "bueno, he conseguido lo que quería. Ahora seré coronado rey de esta nación". Pero Felipe V no era de esa clase de personas. Y decidió "borrar de la memoria" todo rastro de esta ciudad que tanta rebeldía le había mostrado. Así que fue saqueada y quemada (se respetaron las iglesias (despojadas, eso sí, de cualquier objeto de valor), fuentes y palacios, el resto, ardió), sus campos se sembraron con sal para condenarla a la pobreza, muchos de sus habitantes fueron obligados a ir andando encadenados hasta Albacete y, para mayor recochineo, le cambió el nombre por Lugar Nuevo de San Felipe.
Sí, claro, todo un santo. Como te pille...
De esta historia se ha quedado el que nos llamen "socarrats", que viene a significar "chamuscados" y que es la mejor parte de la paella sin duda alguna.
También ha dejado para la posteridad este famoso cuadro. Cuando el pueblo valenciano lo pasa bien, ríe; cuando lo pasa mal, ríe más fuerte. Así que, en 1940, el director del museo local decidió darle la vuelta al cuadro que allí había del pirómano rey. De este modo, quedará castigado por toda la eternidad. ¡Chúpate esa, hemos recuperado nuestra población, nuestro nombre, seguim parlant el valencià y encima te hemos convertido en todo un icono del castigo perpetuo! ¿Quién ríe ahora?
Dejo aquí una imagen del mentado cuadro, viene de la web de turismo de Xàtiva.
Fuente de la fotografía: http://www.xativaturismo.com/felip-v-2/
Hecha esta extensa introducción comprenderéis que mi gente no sea amiga de la figura de este monarca.
Ahora resido en Madrid, y los ecos de la piromanía de Felipe V quedan lejos.
El azar es caprichoso y un buen día, mis compañeras de trabajo me mandaron a la Quinta del Duque del Arco. Este palacete fue adquirido por el duque de Arco Alonso Manrique en 1717. Era montero mayor del rey Felipe V y se dice que eran muy buenos amigos. Cuando falleció el duque, su viuda decidió donar el lugar al rey.
Así que, resumiendo, en los próximos meses voy a hacer bonitas visitas guiadas en una de las múltiples residencias de mi archienemigo histórico.
Muy irónico todo.
Sin embargo, lejos de enfadarme, decidí que la mejor solución era disfrutar del momento. Prenderle fuego al palacete como venganza no parece ni ético ni viable, así que me limité a ser feliz mientras pensaba: jajajajaja, el ave fénix ha resurgido de sus cenizas y está campando a sus anchas por tu residencia.
En la puerta, un macho de colirrojo tizón se acercó a saludar.
También lo hizo un petirrojo.
El jardín de este palacete es perfectamente simétrico. Hay quién lo compara con un Versalles en miniatura. A mí lo que más me fascinó fue la magnificencia de sus árboles.
Aunque los detalles, como la decoración de este macetero, tampoco deben ser pasados por alto.
Ni el conjunto.
Casi mágicamente, esta fuente que parecía inactiva se encendió. Detrás, una imponente sequoia (Sequoia sempervirens).
La verdad es que debo reconocer que mi archienemigo histórico no tenía mal gusto.
La magnificiencia de las sequoias me atrajo, así que no pude hacer otra cosa que retratarlas desde todos los ángulos posibles.
Sus ramas aparentemente recién podadas...
... vista desde abajo...
... su corteza en detalle...
... otra perspectiva desde abajo...
... y en la lejanía.
No sé cuándo fueron plantadas, pero creo que como mínimo tienen 300 años, si es que fueron plantadas por el duque del Arco. Nada mal, ya firmaría yo para vivir semejante cantidad de años y estar tan espléndida.
También tuve tiempo de entretenerme con el agua.
Sin embargo, las sequoias me seguían llamando.
¿Cómo iba a imaginar que este lugar me iba a deparar una sorpresa tan increíble?
Las fuentes del jardín en su máximo esplendor.
Enredaderas en el muro. Estaban secas, pero aún así, son interesantes de observar, son como un mandala natural.
Alguien decidió demostrar el poderío de las aves y se posó sin el menor esfuerzo en la copa de una de las sequoias del jardín.
En esta zona de gravilla, donde comenzaba a emerger la hierba, una bandada de verdecillos (Serinus serinus) se alimentaba tranquilamente.
Me acerqué demasiado y se fueron volando. Todos se escondieron, menos este, que se quedó en este arbusto observándome a ratos.
Mis siguientes pasos me llevaron al mirador. Las vistas son increíbles. El verdor del monte del Pardo se extiende en todas direcciones, y de pronto, cuatro estacas borran la horizontalidad del paisaje, tan cercanas que confunden a la mente. Son las torres de la Plaza de Castilla.
Me pregunto muchas cosas cuando veo esta fotografía, pero en especial, una: ¿cómo serán las vistas desde el último piso?
La entrada principal del palacete.
Mi amigo barbudo de la decoración.
Subí por unas preciosas escaleras y pude ver las fuentes desde arriba, así que comencé a trastear con la cámara.
Para finalizar la visita, me introduje en el interminable huerto-jardín-espacio de los olivos (Olea europaea).
Estos árboles siempre me han evocado a los viejos sabios, con sus troncos nudosos de madera retorcida y el tono plateado de sus hojas.
Me sorprende siempre su capacidad de regeneración.
Este jardín está bordeado por un muro que determinaba la extensión del palacete. Hay múltiples senderos y la visita se hace de lo más agradable.
Me sorprendió la poca gente que había pese a ser un domingo por la mañana, debe ser un lugar muy poco conocido.
Este olivo parece estar bailando.
Justo ayer vino mi familia de visita y me los llevé, entre otros lugares, a la Quinta. Mi padre también disfrutó de la regia presencia de las sequoias.
Y nos regaló esta preciosa perspectiva de las torres de la Plaza de Castilla recortadas contra los olivos, con la cual nos despedimos. ¡Hasta pronto!
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