Barnaclas canadienses

El pasado diciembre pusimos rumbo a las lejanas tierras de Finlandia, concretamente a Helsinki, para dirigirnos en busca de una buena amiga que se nos había “extraviado” en un ERASMUS.

Lo primero que me sorprendió fue la amabilidad de la gente. Fuera de todo tópico que afirma que “los del Norte son unos secos”, los fineses parecían simpáticos y bastante abiertos.

Lo segundo que me sorprendió fue el “buen tiempo”. Vale, a las diez de la mañana el sol todavía no brillaba muy alto (de hecho en alguna ocasión nos dormimos pensando que serían las siete de la mañana) y a las cuatro y media era noche cerrada. Pero la temperatura solo cayó a -4ºC, un tiempo bastante cálido para las fechas que eran. “En Teruel ha hecho más frío”, me aseguraron al volver.

Y la tercera sorpresa fue la excelente conservación de los espacios verdes, aún al lado de la misma ciudad. Visitamos un bosquecillo nevado, repleto de pinos y con gran afluencia de visitantes. Aun así, no había rastros de ningún residuo, la gente paseaba en silencio y había una gran diversidad de aves. Aquí, una muestra:



¡¡¡Y entre la multitud, Collverds!!! (Ánade real o Anas platyrhynchos) Con lo calentitos que estarían en L’Albufera de Valencia…

También había presencia de córvidos extraños que yo no conocía, que lo vigilaban todo desde las rocas



Pero de todas las que vi, sin duda la especie que más me fascinó fue la barnacla canadiense, Branta canadensis. Porque no la conocía, por su enorme belleza y por su descaro al acercarse sin miedo a reclamarnos el almuerzo… y la forma orgullosa en que se marchó, levantando el cuello, graznando y agitando la cola, al obtener una respuesta negativa. ¡Lo siento amiga, yo también tenía hambre!


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