Eran cuatro amigos. Caminaban temblorosos entre la nieve y el hielo. Sus pasos los habían llevado hacia la costa, buscando algo de calor. Pero incluso el mar estaba congelado.
Buscando, quizá, algo de leña, o quizá un cobijo entre los árboles, se alejaron de la playa y se adentraron en el bosque que la rodeaba
La mortecina luz del Sol apenas bastaba para iluminar su camino… y calentar su ánimo
Allí estaban ellos, uno detrás del otro, caminando, charlando, intentando olvidar el frío de cualquier forma.
De repente, en un camino secundario, algo se movió. La primera de la fila señaló el lugar y se desvió por aquél sendero. El resto, fue detrás.
Pronto advirtieron la presencia de unas pequeñas vallas de madera a ambos lados del camino.
También observaron unos movimientos rápidos, marrones y… ¿peludos? entre valla y valla.
- ¿Qué es eso?
Pronto, los movimientos fueron a más. Las ramas de los pinos más cercanos al camino comenzaron a bambolearse, como si algo o alguien saltase sobre ellas. Y después, se escuchó un sonido gutural, como de un pequeño animalillo enfadado.
Los nervios estaban a flor de piel: muertos de frío, asustados, y sin poder pedir ayuda porque no había nadie por allí y además desconocían el idioma local.
Cada vez se escuchaban más y más gritos y gruñidos, y las ramas se movían frenéticamente. A todos les dio un vuelco el corazón cuando una de las amigas chilló espantada:
- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Y se quedaron estupefactos cuando terminó la frase con un:
- ¡Esa ardilla me está mirando mal!
Efectivamente: habían ido a parar a una especie de comuna de ardillas. Por lo visto pasaban juntas el invierno, y estaban acostumbradas a la presencia humana. No huían, se limitaban a observar.
Aquí tenéis algunas de las instantáneas que logré tomar tras el “susto” inicial
Algunas parecen simpáticas, trepando, husmeando, observando… Aunque hay alguna con pinta de estar cabreada.
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