Un día de Pascua decidí llevarme a una amiga de ruta por Xàtiva, y mostrarle las tradiciones del pueblo: comer mona después de "regolarla", volar la cometa y disfrutar de una comida campestre al lado del río. Eso sí: nada de coche, al río se iba a pie.
Así que después de varios kilómetros andando bajo el cálido Sol, llegamos al río. Aquello estaba lleno de domingueros, más incluso de lo previsto, así que me dirigí a un manantial bastante escondido que muy poca gente conoce.
Allí estábamos, entre las cañas, disfrutando de la sombra tan agradable y del agua fresquita. ¿Podía ir mejor?
Mi amiga se sentó en una roca, con los pies en remojo, y yo la imité, sentándome en otra roca.
De repente, algo frío y viscoso rozó mis pies. Agaché la vista y... ¡¡¡UNA SERPIENTE!!!
En ese momento pasé por varias fases:
- Fase 1. La supervivencia se hace patente.
- ¡AAAAAAAAAAAAAAH! ¡Una serpiente! (grito acompañado del acto de sacar los pies del agua de forma instintiva)
- Fase 2. La curiosidad ataca
- ¿Una serpiente de agua? ¡Qué curioso! ¿A dónde irá? (acción acompañada de seguir a la serpiente... desde lejos, por supuesto)
- Fase 3. Análisis de la situación.
- Vale, la serpiente se ha escondido entre esas rocas. Antes o después tendrá que salir a respirar.
- Fase 4. A mandar.
- ¡Vigila a la serpiente, no la pierdas de vista! ¡Voy a por la cámara! (evidentemente, esto iba dirigido a mi amiga. Por poco me mata, no le gustan las serpientes)
Mi razonamiento era correcto, y, tras unos largos y tensos minutos de espera pude comprobar como la serpiente, que también se había asustado, sacaba prudentemente su cabecita...
... vigilaba nuestros movimientos y se estiraba un poco más...
... luego comenzaba a dejar ver parte del cuerpo, sin dejar de vigilarnos...
... hasta que por fin sacó la cabeza del agua y tomó una larga bocanada de aire...
... para, de un rápido movimiento, desaparecer de nuevo entre las rocas.
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