Sierra de Cazorla, capítulo dos: El Río Borosa


Aquella mañana madrugamos bastante, desayunamos fuerte y pusimos rumbo a uno de los lugares más emblemáticos de la Sierra de Cazorla: el Río Borosa.
Numerosas rutas discurren a su lado, algunas de varios días de duración. 
Decidimos andar hasta donde pudiésemos, sin acaloramiento, disfrutando del paisaje, ya que no habíamos previsto hacer noche en ningún refugio.

Casi en el mismo instante en que puse los dos pies en el suelo y bajé del coche, me vi obligada a sacar mi cámara y plasmar en la medida de lo posible, la belleza del entorno.



La primavera estallaba en cada uno de los rincones a los que se dirigía mi mirada. Las primeras yemas y flores comenzaban a brotar. 



El agua brotaba, corría, saltaba, regalando la vida en cada paso.



A ambos lados del río los pinos resineros (Pinus pinaster Ait.) pugnaban por dominar el paisaje.


En ocasiones, los estratos del suelo se dejaban ver, mostrando formas curiosas.



Espectacular unión de dos cursos de agua.





El agua cristalina se tornaba blanca y espumosa al dejarse caer.


En un rincón, una pequeña lagartija observaba a los transeúntes con su enigmática mirada.




Hermosas hojas atravesadas por la luz del sol. Se puede ver toda su nerviadura, por donde discurre la savia. 


Los árboles alzan sus ramas en busca de luz.

Nuevamente, hojas vistas con una potente luz. En este caso, se trata de zarzaparrilla o Smilax aspera L. 



El juego de luces y de colores del agua es incesante e irrepetible, pero siempre maravilloso.


Aquí tenéis un par de panorámicas de un tramo especialmente bello, con una pequeña cascada en el centro. 




Esta planta tan hermosa es una Primula vulgaris Huds. Se trata de una herbácea extendida por toda Europa y muy apreciada en jardinería, de la que existen cientos de variedades y colores.
En estado natural se suele encontrar de este color, o con los pétalos algo más amarillos.
El término primula significa primero en latín, y hace referencia a que las plantas de este género son las primeras en florecer en la primavera. Casi se podría decir que, una vez encuentras las primeras florecillas, oficialmente empieza la estación del amor. 

Otro dato curioso: las flores se han empleado durante siglos para hacer infusiones. Y, según me ha contado un buen amigo muy docto en botánica (que también me ha proporcionado la información anterior), en los restaurantes "gourmet" comienzan a cocinarse y servirse sus hojas. 


Este hermoso enclave se conoce como la Cerrada de Elías.


Gracias a Jose por estas dos imágenes de la Cerrada. Captó la luz y la esencia del lugar mucho mejor que yo. Aún me queda mucho que aprender de él.






¿Veis esa pelotita roja? Es un petirrojo macho (Erithacus rubecula L.), encaramado a un matorral. Son aves muy territoriales, por lo que deduzco que probablemente estaría defendiendo su trocito de bosque.
Las hembras, menos escandalosas y con un plumaje más discreto, son mucho más tímidas y difíciles de avistar.





El camino seguía, cada vez más empinado. Las altas montañas se levantaban al fondo, desafiantes, como diciendo al viajero: ¿serás capaz de llegar?. 






Si echábamos la vista atrás, el paisaje era también digno de admiración.

Un avión dejó su estela en el cielo. ¿Cómo se verá este paraje desde allí arriba?


Una carrasca (Quercus ilex L.), mi árbol favorito, muestra orgullosa su fuerza y resistencia asomándose al vacío. ¡Qué maravilla que pueda vivir en unas condiciones tan duras!


Y esa carrasca no estaba sola...



Estas son las flores de una planta comúnmente conocida como marihuana de los tontos, porque sus hojas tienen cierta similitud y algún iluminado las ha confundido. Eso sí, con la floración, esta ilusión desaparece. 

 Cuanto más nos elevábamos, más rápido era el curso de agua y más abrupta la pendiente.



En esta ladera, de escaso suelo, elevada insolación y pendiente inhóspita, me sorprendió ver cómo se aferraban más carrascas, junto con algunos quejigos (Quercus faginea Lam) 







 Algo más arriba, en nuestra ascensión, pudimos disfrutar de las primeras cascadas.




La hiedra crecía por estas húmedas paredes de roca, humedecidas por un reguero de agua.


¡Qué hermosa combinación de roca cortada y agua con toda su furia!




La luz se filtra entre las montañas y los majestuosos pinos resineros.



Y aquí la cascada con más caída de la excursión. A estas alturas ya eran más de las tres, y no llevábamos comida... Pero decidimos pasar algo de hambre para poder ver este espectáculo. 
Al regresar al coche, varias horas después, atacamos las reservas de comida, pero eso ya es otra historia. 




Después de un rato tomando el sol, emprendimos el viaje de vuelta. Con una luz y una perspectiva distintas, el lugar cambió mucho, pero sin perder la esencia. 







En el descenso, pudimos admirar este cortado en la montaña. Se me antoja el rostro de una persona, con los ojos cerrados o entrecerrados, esperando no se sabe muy bien a qué.



Una "maceta natural"



 Qué esponjoso y místico es el musgo.


Poco a poco la luz se extinguía y los colores se modificaban...

... parecía difuminarse...


... cada vez más


Volvemos a la confluencia.




Al final regresamos con el tiempo justo para contemplar los últimos retazos del día...


...Y la puesta de sol reflejada en el macizo.


La luna llena nos sorprendió de regreso a Cazorla, después de haber vaciado la neverita del maletero.




Ya en la habitación de la casita rural, disfrutamos de las bellas vistas del pueblo.





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