Mi adorable vecino


Me desperezo en la cama. 
Tengo mil tareas que hacer, pero no quiero hacerlas, es fin de semana. ¡Lo que quiero es dormir y descansar! 
A regañadientes me despojo del edredón, pongo los pies en el frío y duro suelo, como una prolongación del mundo. 
Quiero desconectar.
Quiero descansar.
Quiero no tener que preocuparme por nada.

Medio dormido aún, camino hacia la ventana. Subo la persiana. Y entonces mi sueño y mi malhumor se disipan. ¡Está ahí! ¡Mi adorable vecino ha vuelto!



Hace tiempo que lo había perdido de vista. Creí que no volvería a verle nunca. Pero ha regresado. Y vuelve a pasearse alegremente entre las tejas del edificio de enfrente.  


Desde el escritorio de mi habitación le vi crecer. Vino de la nada, sin nada más que sus plumas y su gracia natural. En la chimenea de enfrente erigió su nido. 
Lo vi enamorarse.
Lo vi crecer. Como ¿persona? ¿individuo? No importa, lo importante es que creció.  
De pronto tenía a su cargo unos vivarachos pollos. Lo veía entrar y salir de la chimenea, con el pico cargado de insectos. Ya podía hacer frío, ya podía amenazar tormenta, el pajarillo venido de la nada realizaba mil viajes al día para alimentar a su prole.
Finalmente, vi cómo sus esfuerzos dieron fruto: los pequeños crecieron sanos y fuertes. Aprendieron a volar. Dejaron el nido. 

Supongo que me vi implicado en el proceso. Lo vi crecer, y quise crecer. Lo vi perseguir sus metas, y me dispuse a conseguir las mías. Lo vi alcanzar aquello que deseaba, y me sentí inmensamente feliz por él.


Un día, tal como vino se fue. 


No le di mayor importancia... hasta hoy. Hoy lo vi, y mi corazón dio un vuelco. Volví a sentirme feliz.
Supongo que a veces necesitas un detalle así para no olvidar que luchar por lo que amas, aunque pueda ser una tarea ardua y difícil, tiene recompensa.
Gracias, vecino, por recordarme tu mensaje.


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