Viajes por el Valle del Mijares

Decidimos levantarnos por la mañana, temprano. Aunque llovía y no había indicios de que fuera a amainar, no dudamos, ni por un segundo, en salir. Después de la gran sequía, incluso nos hacía ilusión pasear bajo la lluvia y empaparnos.
La primera parada la hicimos en una fuente, cercana a un merendero, donde alguien había depositado unos lirios que lucían, perlados de gotitas. 



Y al igual que los lirios, toda la vegetación parecía lucir su vital decoración. Las flores...



 ... las hojas... ¡Todo!


Este hermoso Cistus albidus L. o jara blanca, con sus pétalos de papel de fumar empapados, nos ofrecía una versión frágil y totalmente inusual a la que nos tiene acostumbrados.





La bruma trepaba por riscos, sin miedo y sin pausa, regando el monte a su paso.


Los colores del suelo se acentúan con este nuevo prisma de luz y humedad.


Este pobre Helianthemum apeninum (L.) Mill, o rosa blanca de las rocas, estaba tan empapado que no podía casi tenerse en pie.


Los nuevos brotes de coscoja (Quercus coccifera L,) se desperezan, estimulados por los días que comienzan a alargar y el agua que les ha dado una tregua.



También habían comenzado a brotar las hojas del espino albar, majuelo o Crataegus monogyna JACQ


No sólo las hojas estaban perladas de agua. Algunos animales habían ido dejando un rastro de pelo en el camino, probablemente eliminando el sobrante del invierno y preparando el pelaje estival. 



En cualquier lugar seguíamos encontrando gotas.








El tomillo, Thymus vulgaris L., libre de polvo y de suciedad, resplandece tras la lluvia.




Nuestro camino nos va llevando monte arriba, sin prisa pero sin pausa. Entre los densos pinares, de vez en cuando se abre un claro que nos permite disfrutar del paisaje. Es, sin duda, digno de admiración, con sus imponentes roquedos y cortados.





Una salvia perfumando el camino.


Otro nuevo elemento, otra vez empapado, aparece ante nosotros. Esta preciosa tela de araña, con su moradora en el interior. 


Incluso parece que nos invite a visitar su hogar...




He aquí uno de los mayores tesoros de nuestros montes: una Ophrys speculum Link. Una orquídea maravillosa.
Como muchas otras orquídeas, imita a la hembra de una especie, en este caso concreto de la avispa Dasycolia ciliata. No solo en su forma y en los colores que presenta, también en las feromonas, idénticas a las del himenóptero. El insecto cree que esta bella flor es su hembra, y se avalancha raudo y veloz a fecundarla. No lo consigue, y a cambio lleva tras de sí un preciado polen, que empleará en fecundar la siguiente hembra (bueno, orquídea) que se encuentre.


El grado de sofisticación es tal, que cada especie de orquídea depende de una sola especie de insecto. Entre que los machos se agotan (ay el amor, cuánta energía nos consume el amor, y qué hermoso es al mismo tiempo), y fecundan a pocos ejemplares, y no siempre el polen transportado por el insecto se adhiere a la orquídea como debe, sólo el 10% de las flores se polinizan. Pero cada una genera 12.000 semillas, así que se compensa este déficit.

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Otra araña preparando la visita.



Precioso diente de león cubierto de gotas.



Las plantas hirsutas como esta, acumulan mejor el agua sobre sus hojas, como este Cynoglossum officinale L.
¿Por qué hay plantas que presentan esta pilosidad? Les ayuda a preservar la humedad. Los vegetales intercambian gases, tanto para realizar la fotosíntesis como para respirar, en los estomas. Pero a través de estos se puede escapar humedad. Los pequeños pelos captan gran parte de esta humedad que se escapa, lo que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte en caso de sequía (o simplemente en verano). Por eso es frecuente encontrar esta adaptación en entornos como el mediterráneo.





El paisaje se vuelve a abrir ante nosotros.


Un lobo solitario en todo su esplendor.




Cuando llegamos cerca de la cima, nos encontramos esta construcción en ruinas. ¿Por qué aquí, tan alto, tan aislada de todo? ¿Quién viviría aquí? ¿Qué clase de vida llevaría? La imaginación vuela...



Seguimos ascendiendo, y entre roquedos vamos encontrando plantas particulares. A veces nos cuesta incluso reconocer la especie. ¿Será un quejigo? Nos preguntamos cómo ha llegado aquí, y dónde están sus congéneres, porqué el ejemplar está completamente aislado.
Es hermoso poder compartir conocimientos y ejercer de detectives de la botánica en casos como este.




Nuevamente, disfrutamos de las gotas de lluvia. En estas hojas...




... en esta Euphorbia...


... o más hojas...


... o esta inflorescencia cubierta de pilosidades...



... o esta crucífera.




Ya casi habíamos llegado a la cima, y disfrutamos de los otros cerros, de las nubes y la tupida vegetación.




Y al fin lo logramos. A pesar del frío y la lluvia, de la ausencia de camino, del barro, del hambre, de la falta de indicaciones, llegamos a nuestro objetivo, el Cantal. Un conjunto de rocas partidas, azotadas por el clima, que se alzaban altivas casi en la cumbre.




Sin camino ni nada, atravesando la maleza logramos acercarnos, trepar y explorar el inhóspito entorno.


Es extraordinario observar como en las más pequeñas fisuras pueden crecer vegetales. Se aferran con sus potentes raíces a lo poco que tienen, y aún estando todo en contra, sobreviven.
Se conocen como plantas rupícolas y constituyen uno de los mejores ejemplos de adaptación y superación de nuestros ecosistemas.



Las sabinas, como si fueran bonsáis, se asoman poderosas.



Y la hiedra se encarama pared arriba.


Las vistas son espectaculares.



Las rocas a veces se han desgajado de una forma que parecen cortadas a cuchillo.


Y de repente, entre el mar grisáceo, la rusticidad, y la falta de recursos, aparece una flor bella y delicada. ¿De dónde ha salido? ¿Cómo es capaz de vivir aquí, en estas condiciones?
Es el Narcissus assoanus Dufor, un narciso adaptado a vivir en roquedos donde otras no podrían conseguirlo.








Dimos un último vistazo entre las rocas...


... y emprendimos el viaje de vuelta.


En la bajada, pudimos admirar las paredes del barranco, con sus distintos tonos que provienen de la misma roca caliza.



Y finalmente, disfrutamos de otros cortados, totalmente verticales.



Ya en el jardín, las flores del manzano nos dieron la bienvenida de nuevo. 



¡Fue una ruta maravillosa!


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