Cuando la amistad (o el intento) y el juego superan las barreras de la especie.

Este es Cholo, un amigo de cuatro patas que conocí hace poco en mis aventuras por Madrid. Es un perro de lo más cariñoso, adora las personas y, sobre todo, que éstas le prodiguen amores.
Jugar, correr y explorar son otras de sus aficiones.


¡Es tan rico!
Resulta imposible resistirse a su carita de pena cuando quiere carantoñas... aunque no quieras, ¡se las acabas dando!


Cuando abandonamos la urbe y la cambiamos por la Sierra de Madrid, inevitablemente tuvimos que salir de ruta a disfrutarla. Es increíble los tesoros naturales que alberga un lugar tan cercano a la urbe. 
Entre las múltiples sorpresas que nos deparaba la salida, nos encantó esta: una enorme finca habitada por una manada (¿manada o rebaño? Lo desconozco) de vacas. Cerca del muro de piedra que las separaba del camino, estaban estas hermosas terneras.
¿No son achuchables?


Las vacas son animales extremadamente curiosos, pero también miedosos. Por eso, estas terneras se quedaron asombradas, observándonos, en la distancia, y se aproximaron poco a poco.


"¿Quienes serán esas personas? ¿Y ese animal curioso que les acompaña?", parecían preguntarse.


Cholo también se sentía fascinado por esos seres que no había visto (ni olido) jamás. Nos miraba, como pidiendo permiso para acercarse, o para cerciorarse de que todo estaba bien.


Luego, centró toda su atención en las jóvenes vacas.


Por su parte, ellas observaban a su madre, también en busca de indicios que permitieran saber si acercarse al perro era seguro o no.


La situación se sostuvo un poco más...


Hasta que por fin, Cholo se decidió a saltar el muro que le separaba de sus nuevas amigas. Las olisqueó, y ellas lo olisquearon. Luego, Cholo, juguetón, comenzó a correr tras ellas. 


Las terneras no parecían muy asustadas, pero la vaca adulta que rondaba por ahí (en el centro de la imagen). ¡Ay, la vaca! Tomó al pobre Cholo como una amenaza y también se dispuso a correr... ¡a por él!
No le quedó más que esconderse en un arbusto donde sabía que la vaca no le iba a alcanzar, y cuando pasó el peligro, salió corriendo y de un brinco, saltó el muro y se refugió entre las piernas de su humano.


No tengo fotos de lo que ocurrió después, así que os invito a hacer un ejercicio de imaginación: las terneras se refugiaron tras la vaca que había salido corriendo enfurecida, y siguieron observando a Cholo con curiosidad.
Por su padre, la vaca madre, nos estuvo vigilando, al grupo entero, con una cara de infinito desdén que a medias daba miedo y a medias hacía reír (y yo que pensaba que éstos animales eran muy poco expresivos...). Esta estampa se prolongó hasta que el camino que nos guiaba se alejó y formó una pronunciada curva, que nos separó definitivamente de nuestras amigas. 


Y hasta aquí la pequeña historia de hoy. Ahora sólo me queda preguntarme si las terneras seguirán manteniendo su curiosidad, si la madre vaca será algo más tolerante a la próxima, y sobre todo, si Cholo tendrá las agallas suficientes como para acercarse de nuevo a un animal mucho más grande que él...o huirá en el intento.

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