Esas noches de verano...

Ya estamos en septiembre, el mes donde todo comienza o acaba, depende de como se sienta una, y que para más de una persona simboliza el nuevo año (y no diciembre).
Y es que... después del verano las aguas vuelven a su cauce. Los días acortan y pasamos más tiempo en casa; es hora de recogerse y meditar... Las clases o el trabajo, o simplemente la rutina parece que vuelven a ocupar nuestras mentes... Las aventuras parece que terminan temporalmente... Surgen nuevos proyectos, se continúan los empezados...Y, entre todos estos sentimientos, parece imposible que no nos entre la morriña y nos acordemos de esas placenteras noches de verano, donde parece que todo está permitido, al alcance de nuestra mano, y no hay barreras.


A mí me ha dado por acordarme de todas las noches que he pasado al raso con gente muy especial, observando las Lágrimas de San Lorenzo en la arena de la playa; o simplemente la Luna y los sonidos del campo mientras todo un Maestro nos contaba historias celestiales.
Puesto que tengo fotos del segundo caso, deseo compartirlas.
Aquí se ve a la familia internacional que nació al amparo de un campo de trabajo, en el pueblo de Monleras (¡cómo eché de menos mi trípode! Hubieran salido sin tanto temblor). 


Aquí, en primer plano, el sujeto de nuestro asombro y admiración: la Luna.


La verdad es que los mares y los cráteres en semisombra se observan a la perfección.


Mientras Javi nos contaba sus historias, el resto del grupo se fascinaba. Aquí, una compañera parece estar señalando con júbilo una estrella fugaz.



Y... ¿dónde decías que queda la Osa Mayor?


Hubo tiempo para afianzar amistades... ¡sobre todo aprovechando el fresco nocturno, que pedía abrazos a gritos!



Y también hubo tiempo para la experimentación fotográfica. Repito, eché de menos un trípode, pero ¿qué se le va a hacer?




¡¡¡Yo... tengo... EL PODEEEEEEEER!!!








Y aquí, una servidora.


Intentaba coger la Luna, pero se me escapó. ¿O se le escapó a quién hacía la fotografía?


Un grupo de ovejas hambrientas, con sus balidos y el tañir de sus cencerros, nos trajo de vuelta a la realidad. Era tarde, al día siguiente había que madrugar y trabajar. Sin embargo, antes de alejarnos, tomé esta última foto.
Las encinas, de noche, también pueden ser mágicas.


 


No hay comentarios:

Publicar un comentario