Los colores del otoño. El Castillo de Jinquer

Cuando los días comienzan a acortar sensiblemente, cuando las temperaturas caen, al menos por la noche, y ya te puedes proteger con una sábana al dormir, cuando la tierra agostada comienza a amarillear, es señal de que el otoño comienza a abrirse paso en el Mediterráneo profundo. 

Para una amante del campo como yo, es una alegría, porque el calor estival te reduce tus posibilidades a tres: o quedarte en la playa, o irte a un sitio con río, o viajar al norte.
Así que agradecí poder salir este fin de semana con mi gente (parte de ella) al castillo de Jinquer, en la Serra d'Espadà. Es un pequeño terreno que trabajamos en custodia del territorio, y aquél fin de semana lo destinamos a preparar y realizar un voluntariado de recogida de almendras.


El sábado, con nuestro espíritu y nuestro corazón motivados al 100%, emprendimos la marcha al lugar. Había que llevar el material y comprobar que todo andaba bien.
Por mi parte, también hubo momento para gozar de nuestra flora.

Quien me conozca sabrá que me fascina la capacidad de floración de nuestras especies florísticas, que se suceden unas a otras a lo largo de todo el año.
Aquí os dejo la inflorescencia de la uva de pastor, raïm de pastor, que le llamamos en mi tierra. 




También nos deleitó con sus florecillas y su penetrante fragancia la pebrella, Thymus piperella L.




Una de las cosas que más me gustan del otoño, aparte del volver a salir al monte, son los frutos que la madre naturaleza nos regala. Sustento y preparación de cara al invierno de muchos (aves, pequeños mamíferos), y delicia de todos:


Cuando las zarzas se tiñen de rojo y de negro... ¡Ha llegado el momento de disfrutar!


Emmmmmmm... sí, el morado contra blanco también es un color del otoño.


La que no necesitaba moras para nada era esta araña. Ella ya tenía su despensa llena para una buena temporada.



¿Cuánto tiempo creéis que tardará en comerse esa rica polilla?


Los rosales silvestres también han fructificado.
Esos anaranjados o rojizos frutos, se conocen como escaramujos o tapaculos. Son muy ricos en vitamina C, y unos astringentes de primera categoría, de ahí su segundo nombre.
No te recomiendo comer demasiados si ir al baño no está entre tus actividades más placenteras.


La tarde era gris, y eso facilitaba el ascenso, que era suave y agradable.
Aunque la literatura esté en mi contra, el cielo gris alegraba mi corazón. ¡Humedad, lluvia, venid aquí por favor!


Entre tanto pensamiento y andaduría, apareció esta roca cubierta por una enredadera, Hedera helix, majestuosa. El poder de la naturaleza, nuevamente, merecía ser retratado.



Como siempre, me quedé la última haciendo fotos. O eso pensaba hasta que este amigo de cuatro patas se me acercó por la espalda. Supongo que no está acostumbrado a recibir visitas por la zona, porque era algo tímido, pero al final le venció la curiosidad y me acompañó un trecho.
No acostumbro a difundir imágenes de perros, pero este me tocó la fibra sensible y he decidido compartirlo:


Mientras yo disfrutaba del océano forestal...


... él se quedaba fascinado por las voces de mis amigos, que se escuchaban camino arriba.


"Bueno, ¿seguimos o no seguimos?"


"Seguimos"



Cuando se alejó demasiado de su casa se fue, sin más.
Yo me quedé sola en la intimidad de los almendros.


Y por fin... ¡el castillo aparecía casi al alcance de la mano, dominando el campo de almendros!


Siguiendo en la estela de los colores otoñales, y contra el cielo gris, se recortaban los frutos de la cuernicabra, Pistacea terebinthus. 
¿Sabías que es una pariente cercana del pistacho?




 ¿No es hermoso su color?



Aquí, una vigorosa y sana mata, con vistas a la montaña adyacente.





Y aquí, el responsable de su nombre. ¿Ves esa especie de fruto con forma de cuerno de cabra? Ahora todo encaja.

Espera, pero si el fruto era "la bolita roja"... ¿Eso es otro fruto? No, aunque pueda dar pie a creerlo. Es una agalla, una estructura dura que se produce tras la picadura de un insecto.




Ya estaba a los pies del castillo de Jinquer, por fin.
Y a mi lado, rodeándome, los almendros.

En mi imaginación, los señores feudales de la época debían tener unas vistas y unos aromas privilegiados al asomarse y disfrutar del bello campo en flor.


Sin embargo, ahora no es primavera, sino casi otoño. Las flores rosas no están, pero en compensación nos alegra la vista el juego de amarillos, marrones y verdes.


Desde aquí, se pueden admirar los restos de un antiguo poblado. Ahora sólo quedan ruinas, pero sigue siendo un espectáculo visual.


Regresamos, porque ya había concluido la inspección técnica (con resultado positivo), pero antes de marcharme tuve que fotografiar este hipérico en flor.




Al día siguiente volvimos a las andadas: el voluntariado estaba listo.
Aún nos aguardaban más sorpresas, como esta Clematis vitalba:


También se la conoce como hierba de los pordioseros, porque al ser urticante, había quién la usaba para producirse llagas y así parecer enfermos y conseguir la ayuda de sus conciudadanos.

En mi tierra se la conoce también como nemorà, que viene de enamorà o enamorada. Y es que su uso no iba destinado al dar pena sino al fardar. Aquél mozo joven que pretendía ser la envidia de sus amigos o conocidos, tomaba una pequeña cantidad de esta planta y la fregaba contra su cuello, haciendo aparecer una mancha redonda, estratégicamente colocada, simulando ser un bocado o chupetón. Así, el galán en cuestión podía presumir de tener novia (namorà), cuando realmente lo único que tenía era un ego un tanto hinchado.


Poco a poco el cielo volvió a tomar su color azul mediterráneo característico, y las plantas se recortaban contra él:


Sólo por vicio, volví a fotografiar a la cuernicabra. Me encanta.




Ya en el campo, los almendros nos esperaban, en silencio, dispuestos a ofrecernos sus frutos a cambio de un pequeño esfuerzo de recolección.
¡Qué generosos!


Estas mallas nos servían para recoger el preciado manjar. Sin embargo, de vez en cuando aparecía otra cosa...


... como esta gran araña, una Argiope. Impresionaba verla tan grande y fiera desde cerca.


Nos tuvo un buen rato entretenidos, admirándola, y tratando de atraparla para buscarle un hogar más tranquila y llevarla allá.
Pero no nos lo puso fácil. 


En el equipo había unas niñas muy majas, que decidieron bautizarla como Spiderman. 
Posteriormente, un amigo comentó que se trataba de una Argiope, y que las arañas de este género son grandes y llamativas siempre que sean hembras. Los machos apenas alcanzan el tamaño de una mosca.

Así que, después de este dato curioso, habrá que renombrarla como Spiderwoman, supongo. 


Aquí tenéis su nuevo hogar, un ático con vistas al castillo y al campo.




Spiderwoman no era la única interesante en la zona. Aquí está esta lagartijilla, de muy poca edad. Ahora que lo pienso, era incluso más pequeña que la araña. 
Por suerte, no las juntamos.


Este reptil bebé hizo las delicias de las pequeñas del equipo (y de una servidora). Parece que cualquier animal recién nacido, incluso siendo reptil, es capaz de enternecernos, ¿no?

A ella también le buscamos un bonito hogar:



De nuevo, el castillo.
Decir que gestionas una tierra con castillo incluido te hincha de orgullo. Sabes que el terreno no es tuyo, sólo mientras dure el contrato de custodia... Sin embargo, ¡eh, de momento es nuestro castillo!


Poco a poco, las almendras se iban acumulando, listas para ser metidas en sacos, llevadas a casa y... ¡ser saboreadas!


 

Un detalle del castillo:




 Decidí mirar hacia el cielo y descubrí esta belleza, este mosaico de colores:




La cáscara aterciopelada, las hojas amarillentas, el azul del cielo... Los colores del otoño:






Nosotros no éramos los únicos que sentíamos la llamada del otoño. Aquí tenéis esta bonita crisálida. preparada para emerger dentro de poco como una hermosa mariposa, antes de que llegue el frío.


De momento, la dejaremos descansar y metamorfosearse tranquila:


Un amigo muy sabio ha determinado esta crisálida como Iphiclides podalirius, comúnmente conocida como chupaleches.
En fase oruga se alimenta de hojas de árboles y arbustos de la familia de las rosáceas. No sabemos si el nombre común viene de ahí, (o del hecho de que, de adulta, vuela entre Euphorbias, plantas que rezuman látex (leche) por cualquiera de sus heridas) pero al menos sabemos por qué estaba en esta zona, donde las rosáceas son tan abundantes.






Nos despedimos con esta vista general del castillo y los bancales de almendros. Disfrutad del paisaje.
Hasta pronto y... ¡¡¡feliz verano!!!



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