Valle del Baztán, capítulo dos


Aquí está el segundo recopilatorio de las fotos del viaje al Valle del Baztán. La verdad, me está costando mucho elegirlas, y al mismo tiempo no quisiera excederme.

Espero que las disfrutéis, tanto como yo disfruté el viaje.

Así pues, entrad, seguid el camino hacia lo más profundo de los bosques baztaneses. Sed bienvenidos, y completad la marcha al ritmo que deseéis. No hay prisa. 


Esta maceta improvisada me agradó notablemente. La naturaleza lo aprovecha todo, y cualquier elemento es reutilizado. Está claro que el jardinero de esta casa ha captado muy bien el mensaje.



Un roble se alza orgulloso, amo y señor del prado donde crece. Debo admitir que estos árboles suponen una de mis debilidades botánicas. Hermosos, regios, fuertes, rebosantes de vida... no es de extrañar que susciten tal sentimiento de admiración. Ya desde antiguo fueron el árbol más sagrado de los Celtas. 


Un espino albar,  Crataegus monogyna (Jacq), pone una nota de color en el paisaje y nos invita a admirar la belleza del valle




Nos adentramos en los bosques...




De vez en cuando, una planta que amarillea da una nota de color, entre el gris y el verde dominantes.


La niebla, como una misteriosa bruma, recorre el bosque, dotándolo de una apariencia sobrecogedora, mística y maravillosa.








Esta florecilla de aspecto delicado recibe el nombre de Digitalis purpurea (L.), dedalera o digital. Pero no os dejéis cautivar por su belleza y su fragilidad: flores y hojas son tóxicas y pueden ocasionar severos problemas cardíacos. Sin embargo, de ellas se extrae un principio activo básico en los medicamentos para el corazón.



Este castaño, Castanea sativa (Mill) es el marco ideal para esta fotografía.





¿Qué tiene este camino, que lo vuelve tan rojo?



Las colinas repletas de verde hierba y de florecillas silvestres, son abundantes a lo largo del camino.



El fronde de un helecho se despliega, perezoso. Pronto se abrirá y se desplegará para aprovechar los rayos de luz.

Los ríos discurren con parsimonia por los bosques, aportando el agua que sustenta todo el ecosistema.


Bellas hojas recortadas contra la luz.



El musgo se encarama al tronco de este gran árbol, aprovechando su altura para conseguir más luz.




Nos internamos en un hayedo, un bosque formado por Fagus sylvatica (L.). Estos magníficos árboles, que otrora se extendieron por un territorio mucho más amplio, son una muestra de los bosques primigéneos de las zonas húmedas de nuestro país. 
Su madera es muy apreciada, y se considera que tanto la corteza como las hojas tienen diversas propiedades medicinales.



Los hayedos suelen tener el suelo totalmente cubierto por hojas secas, que no llegan a descomponerse del todo debido al frío, y que forman una espesa capa.
Esto, unido a las propiedades algo antibióticas de las hojas (que de este modo intoxican otras plantas), y el crecimiento horizontal de sus hojas (que forman un denso dosel e impiden el paso de la luz), consigue dificultar, y casi siempre impedir el crecimiento de otras plantas, sean árboles o incluso arbustos.
En este bosque, logramos encontrar unos estoicos helechos, solo en ocasiones, entre estos gigantes.



Casi parece que en cualquier lugar habiten los seres mágicos del bosque.

























Salimos del hayedo, pues nos internamos en la zona más elevada de la montaña. Aquí, el frío y la falta de humedad moldean la vegetación existente. Ya no dominan los gigantes, ahora encontramos plantas espinosas y pastos.
Aunque, diferentes a los majestuosos árboles, también atesoran una gran belleza.







Bellas flores, entre peligrosas y fieras espinas.



Descendemos nuevamente, y los espinosos arbustos se transforman en helechos.


Para volver a transformarse en hayas.




Esta planta se conoce como Erica ciliaris (Loefl. ex L). Está estrechamente emparentada con nuestro brezo mediterráneo, la Erica multiflora (L.). Es de menor tamaño y está adaptada a los suelos y precipitaciones de la zona atlántica donde habita.
Todo un ejemplo de la adaptabilidad de las especies.  



Brumas mañaneras sobre las montañas.




Una parra, probablemente de un huerto abandonado hace tiempo.


Y este ejemplar se denomina Epilobium hirsutum (L.) 
El epíteto "hirsutum" hace referencia a la abundante pilosidad de la planta, y está presente en otras especies.





Y esta florecilla, de forma papilonácea, probablemente sea un Lathyrus. 




Ya nos acercamos a la última etapa... Llegamos a la ciudad de Pamplona, siempre siguiendo nuestro camino.




Los últimos retazos del mundo natural, ya entremezclados con la acción humana: estos fantásticos campos de girasoles.  
No se por qué, se me antojan unas plantas muy poéticas.



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