Después de meses y meses de constante insistencia, de sudor y lágrimas, de estar a punto de darlo todo por perdido... ¡lo conseguimos! ¡Entradas para el Caminito del Rey!
Las fotos de las guías turística y las palabras de los lugareños nos aseguraban que iba a ser un viaje para el recuerdo.
Las primeras instantáneas del día, al parecer, auguraban lo mismo.
Esto es parte de la Presa del Conde de Guadalhorce, digamos que, en gran medida, la desencadenante de todo esto.
Asomada a la barandilla, admiraba esta casa. ¡Menudas vistas, menudo privilegio poder vivir allí! Y encima con acceso al pantano. Así yo también me haría millonaria...
Un bonito pez, también visto desde las alturas
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Por aquí había una compañía hidroeléctrica que trabajaba en dos saltos cercanos: el del Gaitanejo y el del Chorro. Para unir ambos, y así "facilitar" el paso a los trabajadores, crearon el camino que ahora veremos.
Lo de facilitar es un decir, porque el camino original era mucho más estrecho y peligroso que el que acaban de abrir al público.
El caso es que, cuando todo estuvo listo y por fin se inauguró la presa antes mencionada, el Rey Alfonso XIII accedió a ésta a través del camino abierto en la montaña.
Por ello, a partir de ese momento (corría el 1921), se le comenzó a llamar Caminito del Rey.
De nuevo, la enorme casa.
Pero antes de adelantar acontecimientos, hay que ponerse en marcha hacia el Caminito, pues hay cierta distancia desde el aparcamiento a la entrada
Una sorpresa en el camino, esta bella polilla, probablemente una polilla tigre.
Las vistas del camino, inmejorables.
Un tronco perfectamente pulido destacaba entre la masa.
Y ante nosotros, fluyendo en paz y con calma, el río Guadalhorce.
Un enorme fresno, de cuarteado exterior.
A cada paso, estábamos más cerca de nuestro objetivo. El paisaje era tan hermoso, que si no hubiésemos tenido la certeza de que nos esperaban en el Caminito, hubiéramos tardado mucho, mucho más en llegar.
De repente, una extraña formación en la montaña captó nuestra atención. ¿No es curioso?
Las pequeñas olas en la superficie del agua siempre me han fascinado.
¡Por fin! En la distancia, el caminito comenzaba a aparecer ante nosotros.
Al cabo de un rato, llegamos a la entrada. Allí, entregamos nuestra identificación, nos dieron un casco por persona y nos pusieron a esperar.
Mientras hacíamos tiempo, una negra silueta se recortó contra el cielo.
El paisaje a nuestras espaldas era fascinante...
... también los detalles que teníamos a nuestros pies...
... alzando la vista, estos palmitos (Chamaerops humilis) también nos maravillaban...
... pero lo mejor, estaba ante nuestros ojos, aún por llegar.
No sé si se aprecia, pero estábamos suspendidos a... ¡unos 100 metros de altura!
Poco más de un metro de ancho... Alturas de vértigo... Paredes perfectamente verticales... ¡Larga vida a las personas que han rehabilitado tamaña maravilla!
En el fondo del barranco, unas manchas negras captaron mi atención. Cuando enfoqué con la cámara... ¡sorpresa! Eran palomas.
Me sorprendió ver tan gran colonia en un enclave tan abrupto como este...
¡Sí que es cierto que estas aves se adaptan a todo!
Es imposible captar la base y la cima de tan altas paredes, pero calculad que eran cien metros de caída y al menos cincuenta hacia la cumbre. Y a la derecha, ahí tenéis la sin par pasarela.
Intenté subsanar el problema con panorámicas, aunque en vertical se ve algo distorsionado.
De nuevo, palomas. Sigo fascinada por la colonia que han montado allí abajo.
¿Impresiona? A mí también. Y a todo el mundo, en general.
Supongo que por ese motivo las entradas están reservadas hasta dentro de medio año o más.
Este es un detalle de lo que podía verse al andar; el agua del río a tus pies... 100 metros más abajo.
Los bloques de piedra, con sus colores y sus aristas, son francamente impresionantes.
Impresionante
Os podéis hacer una idea con esta foto de la cantidad de gente que acude a este lugar todos los días, y eso que procuré que no salieran demasiadas...
Nuevas siluetas se recortaban contra el cielo. Pero ya no eran negras, ahora se apreciaban los colores. Primero uno, luego varios: buitres leonados, Gyps fulvus, dominando los cielos.
Ahora ya no me daba envidia la gente que vivía en la casa del embalse que veíamos al principio de la entrada. Para nada. Ahora anhelaba ser buitre y poder volar sobre este enclave mágico, dominarlo, hacerlo mío e instaurar en él mi hogar.
Ya no sabía a dónde mirar, en cualquier dirección encontrabas algo que te dejaba de piedra.
Una pequeña cueva, con su principio de estalactita.
Este saliente me recuerda a un colosal balcón.
Enfrente: nuestro siguiente objetivo.
A la derecha: la vía del tren. En un principio creímos que debían gozar de unas vistas increíbles. Luego nos contaron que no, que al ser de alta velocidad, apenas podían apreciar el paisaje.
Una gigantesca pirámide natural.
De nuevo, palmitos, desafiando altivamente a la gravedad, la falta de suelo y de agua, y en esencia, a cualquier problema que se le ponga por delante.
El puente, cada vez, más cerca.
De nuevo, a la izquierda el Caminito, y a la derecha el túnel del tren.
Camuflada, en esta repisa, hay una pareja de buitres. Afinad la vista y los veréis, justo en el centro.
Dos pasos después, otra sorpresa. En un recoveco en la roca, se había formado una especie de maceta natural, que había aprovechado esta planta para crecer. Ahí está, bulbo incluido.
Ajena, o no, a las alturas en las que se encuentra, esta preciosa lagartija andaluza, Podarcis vaucheri, nos "cortaba" el paso. ¿Cómo avanzar sin que se asustase y se precipitara al vacío?
Al final, ella misma se apartó a una roca y se quedó esperando, tranquilamente, en un hueco de la roca.
El camino proseguía, y no dejaba indiferente a nadie.
En esta pared tan inclinada, advertimos unas líneas extrañas. ¿Qué serán? Interpretaciones hay varias; la mía, que un grupo de cabras ha trepado por la superficie arenosa.
En un determinado momento, ya no teníamos una pared vertical al lado, sino un bosque, por lo que las pasarelas de madera desaparecían. Eso sí, tanto la altura como el entorno le seguían dando al paisaje una composición de 10.
Un algarrobo florido extiende sus brazos en pos de la luz.
Esta imagen muestra un grupo de cardos secos. No sé a ti, lectora o lector, qué te parece. A mí, personalmente, me encanta: el color, las formas, la composición, la mezcla de dureza y espinas contra suavidad. ¡Es precioso!
En momentos así me planteo quién acuñó la expresión "eres feo como un cardo". No la comparto en absoluto, y estoy segura de que, fuera quien fuera, mucho no salía por el campo. De otro modo, ¡jamás lo hubiera hecho!
Me encantan las odas a la vida, y de hecho tengo varias fotos de este estilo. Pero... ¿acaso no es genial la fuerza resistente que ofrece la naturaleza a la "no vida"? Contemplad este árbol, no debería crecer en una piedra y ahí está, tan ricamente.
Mmmmmmm... Bonita obra de arte moderno. Ah, no, es una pared cuarteada.
Si los gigantes tuvieran iglesias, esta sería una de sus capillas favoritas. Impresionante.
El Caminito vuelve a las andadas.
¿Veis el "acueducto"? Son las vías del tren.
Bonita islita desde las alturas.
Aquí podemos apreciar un camino debajo de la pasarela donde transita la gente. Es el camino original,por el que transitó el mismo rey, y que con el paso del tiempo, se ha ido rompiendo y deshaciendo. No en balde, hasta su restauración, era uno de los senderos más peligrosos del mundo. Sin embargo ahora es sencillo y seguro, e impresiona igual que antes. Así que...¡gracias por haberlo recuperado!
Un ruido llamó nuestra atención: ¡el tren!
Fue muy cómico ver cómo casi todos parábamos en seco y nos poníamos a saludar o hacer fotos.
Una vez pasó el tren, todo y todos volvimos a la normalidad, y reanudamos la marcha.
La verdad, las personas que hicieron esto se jugaron la vida. ¡Y qué maravillosa obra dejaron!
La capilla, de cerca.
Agua, cayendo de gran altura y pulverizándose contra la roca. Simplemente precioso.
Nuevamente, la vida pugna por hacerse un hueco en la pared vertical.
Un vestigio de épocas lejanas, que nos recuerda que este cañón, una vez, estuvo sumergido bajo un extraño y diverso mar.
¡Una sonrisa para la prensa!
Volvemos a apreciar la superposición de caminos.
Estas hermosas plantas, de inflorescencias globulares, rompen perfectamente con la verticalidad y rectitud de las paredes, y suponen un maravilloso contraste.
¡El último puente!
Se trata de un puente colgante de acero, que impresiona mucho más que el resto, pues se bambolea con el viento y además permite ver perfectamente lo que tienes debajo.
Y recuerdo, eso que parece tan cercano está a cien metros.
Echamos la vista atrás, y nos despedimos del Caminito del Rey...
... la echamos adelante, y admiramos el embalse que continúa...
... y la echamos abajo, al agua pulverizada.
Parece que el soporte del puente esté suspendido en el infinito.
Desde aquí, casi parece que sea fácil deshacer las láminas de roca.
Este es el último tramo, de descenso ya, que nos llevará, de nuevo, a tierra firme.
En el centro de la imagen, otro buitre, planeando.
¡¡¡Hemos llegado a tierra firme!!!
Guardamos en la memoria los últimos retazos de este maravilloso lugar y esta grandiosa aventura.
Los árboles vuelven a estar a la altura del agua, y pueden acariciarla con sus ramas.
Acabamos el viaje con esta mata de retama. La gente que desea deshacerse de una verruga hace un nudo (de ahí la cantidad de ramas anudadas que tiene).
Yo no deseo deshacerme de ninguna verruga. Lo que me gustaría, de todo corazón, es que las personas que leáis esto, vengáis algún día. He estado en cientos de lugares maravillosos, algunos podrían gustarte más y otros menos; sin embargo estoy completamente segura de que el Caminito del Rey no te dejará indiferente.
Así que ya sabes, reserva tus entradas, coge tu mochila, y sobre todo, rodéate de buena compañía como hice yo... ¡y disfruta del camino!