Especial Costa Rica. Playa Hermosa

Todas las guías turísticas apuntaban a Playa del Coco como un destino bello, turístico y agradable. Así que disfrutamos de una apacible tarde allí, entre bares con buena música, ambiente distendido, agradable y festivo, playas bellas y turistas. Muchos turistas. Quizá demasiados para nuestro gusto, ya que buscábamos un lugar más local, que reflejase la esencia de estas tierras y sus gentes. 
Así que, antes de que se pusiera el Sol,  tomamos un bus a la playa vecina, Playa Hermosa.
Podéis comprobar su ubicación (aproximada) en este mapa; se trata de un punto naranja cercano a Liberia.


Mientras esperábamos la llegada del transporte público estrella del país, tuve la suerte de disfrutar una vez más de la avifauna y la vegetación del país.
Este gran árbol es una teca, Tectona grandis L. Se trata de una planta originaria de Asia, pero que se ha expandido alrededor del mundo ya que se ha cultivado por la calidad de su madera. Se utiliza en la construcción de muebles, contrachapados, en carpintería tanto de interior y exterior e incluso en construcción naval.
Este ejemplar crecía al lado de la carretera; por lo que parece la especie ya no sólo se planta como productora, sino que se ha asilvestrado.


En cuanto al ave, más de un lugareño me la clasificó como mosquitero. Y creo que la especie es Conopias albovittatus Lawrence. 
Es bastante abundante en el país; al menos yo la encontré en puntos muy diversos de su geografía; según la información que he podido encontrar, vive en las selvas y sus bordes. Hay discrepancias sobre si este pequeñín y otros mosquiteros que habitan la misma zona son o no la misma especie, y para ello se basan en criterios que van desde la genética hasta el canto.  


En cuanto al grande y negro, nos encontramos ante un zanate, Quiscalus mexicanus JF Gmelin. Se asemeja mucho a un cuervo, y de hecho muchos lo llaman cuervo, pero, para mi sorpresa, no está relacionado con esta especie, ni con la familia corvidae, sino con la Icteridae. 
Se trata de un macho, ya que las hembras son de mayor tamaño y son marrones, no negras. Se alimentan de frutas, semillas (por lo que es común en zonas agrícolas y alrededores) y pequeños invertebrados. No duda en adaptarse a las zonas urbanas, y vive bien en áreas silvestres; esto la convierte en una de las aves más prolíficas y comunes del país. 




Una curiosidad, una nota sobre algo que me trastornaba: allí la noche llega a las seis o siete de la tarde (no hay más que esa diferencia verano-invierno, o eso me dijo una lugareña). Para una persona que asocia calor y playa a las largas tardes del verano valenciano, estar nadando en un océano cálido (más que el Mediterráneo en verano) y encontrarse sin luz a las seis, era poco menos que una bofetada al instinto. ¿Pero qué pasa aquí? ¿Por qué es de noche? ¡Pero si es prontísimo! 
Sí, tienes la información, pero tu reloj biológico  va por otro lado y realmente te descoloca. Realmente, esta fue una de las cosas a las que más me costó adaptarme. 
Amaneció en Playa Hermosa, y comenzamos a pasear mientras el mar nos lamía los pies. Llamaba la atención la calidez de las aguas, la cantidad de conchas y la oscuridad de la arena. 




Algún barquito había comenzado ya el día, quizá antes que el mismo Sol.


Los árboles eran capaces de crecer hasta la orilla misma del mar. Era impresionante admirar su capacidad de supervivencia en un medio tan hostil, y también a las vecinas y vecinos de la zona, que dedicaban tantos cuidados a mantener la zona en inmejorables condiciones. 





No os dejéis engañar por la tenue luz del lugar. A estas alturas de la mañana ya hacía un calor digno de los más tórridos días de verano de mi tierra. De hecho, por las noches tampoco bajan mucho las temperaturas. 
Para alguien como yo, esto supone una gran ventaja, ¡no hay que complicarse eligiendo ropa!



Una gran sorpresa que me llevé durante el viaje fue la de los perros callejeros existentes en el país. No fue por el número, bastante alto, fue por ver su estado físico y mental: inmejorable. Es cierto que algunos se rascaban, fruto de pulgas o garrapatas (algo inevitable) pero la mayoría era de pelo lustroso, tenía un peso ideal y no temía a los extraños. Nunca vi un perro callejero huir de nadie; el maltrato animal no parecía existir en Costa Rica. Campaban a sus anchas, dormían tranquilamente buscando sol o sombra a conveniencia y se prestaban a jugar con cualquier persona que quisiera. 
¡Cuánto nos queda por aprender!

Como muestra, os dejo a esta amiga que hice en la playa. Le encantaba corretear tras las gaviotas que volaban sobre el agua y escarbar la arena, sola o bien para poder meterse por debajo de mis piernas.


¡Se le ve tan feliz!


En el viaje en autobús conocimos a un chaval que nos alquiló un par de tubos, gafas y aletas, y nos hizo de guía. 
Una alternativa bastante más económica a la del buceo con bombona, apta para todos los públicos y que resultó de lo más agradable. 

Estos árboles crecían sobre un pequeño acantilado, que terminaba en una explanada donde se acumulaba la arena y donde depositamos nuestras pertenencias. 


Las rocas nos esperaban con mil tesoros por descubrir.


Una flor, caída de los árboles que había sobre el acantilado. Tenía un olor extraordinario, una textura suave y un color hermoso. A juzgar por la fotografía, no era la única atraída por ella: mirad cuántos cangrejos ermitaños se le acercaban.


Llegó el gran momento: ¡por fin pude sumergirme en las aguas del Pacifico!
Mi primera experiencia en este nuevo océano fue muy gratificante. Sus aguas me trataron muy bien.


¡Qué cantidad de peces!



Multitud de especies, de colores y formas muy dispares.



¡Un blenio! No.. no puede ser... ¿Tan lejos?
No estoy segura de la especie a la que pertenece este ejemplar... Sin embargo me recuerda tanto a los que hay en mi tierra, que incluso me conmovió.



¿Cuántos peces ves aquí? Yo ya he contado tres, muy bien escondidos. 





Esa mancha azul son las aletas de mis compañeras. Su primera inmersión. Creo que fue bastante bien, pues repitieron. 


¡Cuántos colores! Es como un jardín de flores que se mueven bajo el agua.


Y cómo no, la flora también debía estar presente.


Uno de los puntos divertidos y fuertes del buceo es que puedes moverte en todas las direcciones del espacio. Eso implica que tan pronto puedes tomar una fotografía desde arriba, como si tuvieses la capacidad de volar (¡ojalá pudiese hacer esto mismo en tierra!)...


 ... como de frente, en la distancia...


... como una foto próxima, aferrándote a la roca con una mano y fotografiando con la otra. 
Este animalillo usa los pequeños orificios de la roca para esconderse y protegerse. Le podía la curiosidad, porque, a pesar de que cualquiera de mis movimientos le asustaba y le hacía retroceder, a los pocos segundos volvía a sacar la cabeza y a observarme. 


 Una caracola, perfectamente camuflada entre las rocas.


Otro pequeño pez escondido.




La riqueza de las algas, con sus intrincadas y llamativas formas, tan distintas a las del terreno seco, son una maravilla para la vista.




He aquí al chulito del barrio. ¿Por qué? Fue el único que, lejos de esconderse u observar tranquilamente, quiso plantarme cara. Abría la boca, extendía las aletas, tomaba impulso y se acercaba a pequeños saltos acelerados hacia mí.
Después de repetir el proceso un par de veces, dio por imposible su atrevimiento, me miró por última vez y se alejó algunos metros, nadando tranquilamente.



¿Un plástico? No, era un ser vivo, creo que una babosa.


Entre bocanada y bocanada de aire, también valía la pena contemplar las vistas de fuera.


Terminó el tiempo de buceo, pero no así mis ganas de playa. Con la única compañía de mi bañador y mi cámara, comencé a explorar la zona. Las rocas eran algo puntiagudas, pero nada de eso importa cuando haces algo que te encanta. 
No tardé en encontrar un rinconcito zen; una pequeña lengua de agua entraba entre estas dos rocas, y te refrescaba suavemente. Tú solo debías sentarte y disfrutar. 



Y entre las rocas, algunos animales curiosos. Esto, que a mí me recuerda a un esqueleto de tortuga es un chiton, quitón o cochinilla de mar. Se trata de un molusco primitivo, que se caracteriza por poseer una serie de ocho placas articuladas entre sí. 
Viven en zonas de resaca, fijos en las rocas; son algo así como una lapa algo más compleja. 
Son muy duros, sobre todo sus dientes, curiosamente recubiertos por magnetita, que emplean para alimentarse de algas adheridas a las rocas.


También había seres más reconocibles, como este cangrejo.



Ya de regreso al hostal, pues era hora de comer, me maravillé con los cambios de marea. Nuevamente, mi costumbre al Mediterráneo jugaba conmigo: era inconcebible el vaivén del agua, el decrecimiento de varios metros en tan sólo unas horas, que dejaba estos hermosos regueros, y que al atardecer, desaparecían nuevamente bajo las olas.



 Costa Rica es un país tan lleno de diversidad y de vida, y la conservación está tan a la orden del día, que incluso desde el hostal pudimos vivir una nueva aventura. 
 El alojamiento se llamaba El Congo, un nombre muy acertado, ya que todas las mañanas hacían aparición unos primates del mismo nombre.
Su nombre científico es Alouatta palliata Gray, y también se conocen popularmente como monos aulladores.  


No es un nombre puesto en vano, ya que aullar es una de sus actividades favoritas. Y son poco discretos, la verdad.
La primera vez que escuché uno de sus gritos, pensé que era el mastín que vivía en el hostal, un gigantesco perro más grande que yo. 
Nada más lejos de la realidad, ya que mis compañeros me hicieron levantar la vista para verles en acción. Y yo me pregunté: ¿¡cómo un animal tan pequeño puede hacer tanto ruido!


Por lo que he podido averiguar, gritar les sirve para advertir su presencia a largas distancias. Esto aleja a otros grupos competidores, ya que viven en manadas, y evita así confrontaciones, de modo que ahorran energía y mantienen su integridad física. 


Se alimentan de hojas y frutos principalmente.
El dueño del hostal me contó que sentían predilección por uno de los árboles de su jardín (aunque no pudo decirme su nombre) y que todas las mañanas, poco después del amanecer, pasaban por allí armando un gran barullo, mordisqueaban hojas de los árboles de alrededor y posteriormente iban al gran ejemplar que era de su predilección. Allí pasaban varias horas, comiendo, jugando, acicalándose y haciendo vida social. 
Pasadas dos o tres horas, se ponían en marcha y seguían su rutina diaria. 


A algunos les llamábamos tanto la atención como ellos a nosotros, y nos observaban desde las alturas. Un par de ellos decidió que no les gustábamos y nos lanzaron un par de frutos a medio morder, mientras gritaban.


Cambiando de tercio, también me entretuve con las cortezas de los árboles del jardín.


Pasó un día, y pudimos comprobar que la historia de nuestro casero era cierta: allí estaban, en el mismo lugar, a la misma hora, con la misma curiosidad. 



Esta cuerda de aquí es un paso arbóreo para fauna. En Costa Rica no es difícil de ver, dada la gran conciencia existente por la conservación de especies. Permite el paso primates y el resto de fauna arbórea entre zonas que han quedado inconexas, por ejemplo, por una carretera. Este era el caso al que se enfrentaban la vecindad de Playa Hermosa, y por ello entre los jardines de cada casa se tendían, estratégicamente situados, estos pasos.




Para finalizar con la entrada, dejo aquí un par de vídeos para ver a estas maravillosas criaturas en acción. Y para que comprobéis que no exagero con el tema de los aullidos.





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