Especial Costa Rica: Bahía de Drake, segunda excursión a Río Claro

La experiencia del viaje me había gustado tantísimo que no dudé en repetir la excursión al día siguiente, acompañada esta vez por mis eternos compañeros.
Ellos habían pasado la tarde anterior, hablando con lugareños, que les propusieron un camino alternativo. Así que la ida fue por un camino interior.

El camino era muy muy largo y empinado, y el calor apretaba desde la primera hora de la mañana. Tuvimos la suerte de toparnos con unos españoles, que nos recogieron y nos avanzaron unos kilómetros, hasta el hotel donde trabajaban. Y luego tuvimos la fortuna de encontrarnos una pulpería en medio de la nada, donde pudimos beber algo frío.

Hidratados y descansados, nos pusimos de nuevo en marcha.

Nada más retomar el camino, nos encontramos esta planta: un marañón. Puede que no os diga nada, pero el nombre científico quizá os de una pista, se llama Anacardium occidentale L. Sí, es un anacardo.Y esos frutos rojizos son los pseudofrutos. Con el tiempo se desarrollan, aumentan su tamaño y adquieren un tono muy intenso. La semilla, que es la parte que se consume y que todos nosotros conocemos (aunque el pseudofruto también es comestible), se desarrolla debajo.

Como curiosidad, son muy nutritivos, y para los colonos fueron una grata sorpresa. Eso sí, también son hipercalóricos.

 

La selva, exuberante, al lado mismo del camino.


¿Recordáis cuando hablamos de los potreros? Pues este es otro claro ejemplo. Justo al lado de la selva que veíamos en la fotografía anterior.
No se me ocurre un mejor ejemplo de equilibrio entre usos del suelo.


El río no lo cruzamos por el puente... lo cruzamos a pie. Por suerte, aquí era poco profundo, aunque mis acompañantes seguían temiendo el ataque de cocodrilos.




Viendo esta fotografía cualquiera podría pensar en primavera y... y... Nada, a pesar de las apariencias el calor era asfixiante. ¡No olvidéis que estábamos en el trópico!


En ocasiones, entre la espesura, podíamos vislumbrar el océano. Intenso. Azul. Atrayente.


Unos gritos rasgan el silencio, unas flechas rojas atraviesan el cielo. ¿Qué es ese estruendo? Se trata de guacamayos macao (Ara macao L.). Se pueden confundir con los guacamayos rojos, pero los de Costa Rica tienen algunas de las plumas de las alas y la cola son azules y amarillas.

Gritan tanto porque es su forma de comunicarse, dado que viven en bandadas muy sociales, que de algún modo se deben cohesionar.



Aquí tenemos un ejemplar comiendo una almendra de los trópicos. Y es que se alimentan principalmente de semillas y frutas, aunque también pueden ingerir hojas, tallos, corteza, insectos, flores...
También ingieren minerales, pues parte de sus productos alimenticios no son bien digeridos, y éstos les ayudan a eliminar las toxinas generadas.




El océano, nuevamente. Visto desde esta altura es espectacular.

En ocasiones como esta te das cuenta de cómo somos los humanos, en el fondo tan poca cosa. ¿Quién no se ha sentido hipnotizado alguna vez por el vaivén de las olas? ¿O sobrecogido al ver su inmensidad? ¿O incluso asustado al, de repente, dejar de hacer pie?



Una bandada, sospecho que de pelícanos.


Poco a poco descendimos hasta que nuestras vistas privilegiadas del océano se transformaron en otras no menos espectaculares. ¡Volvíamos a estar en el paraíso tropical!


¿Hace un baño?




¡Una playa paradisíaca, y era sólo para nosotros! El momento fue genial.
Esa pequeña mancha bajo la palmera es mi amiga, correteando en libertad.



Una garza sobrevoló, imponente y tranquila, las aguas.


Mientras tanto, un guacamayo sobrevolaba las palmeras.


En la lejanía observamos una estructura de forma extraña. ¿Qué podía ser? Decidimos acercarnos a averiguarlo



Era un enorme tronco, caído en la arena y pulido por las olas. Aquí está el detalle de uno de los troncos, con el contraste creado entre la parte humedecida por el agua y la desecada por el sol.






Parecen las costillas de un gigantesco animal varado. Sin embargo, son otros troncos, maravillosamente dispuestos.


Un estruendo nos llamó la atención. Nuevamente, una bandada de guacamayos nos llamó la atención. Se habían ubicado a la sombra de un almendro tropical y se deleitaban devorando sus frutos.


¡Parece que lo esté disfrutando!



Este parece sorprendido por mi presencia.


Los guacamayos no eran los únicos protagonistas emplumados. En este tronco muerto, una pareja de aves había decidido constituir su hogar. 




Más guacamayos. Nunca supe si discutían (por los gritos) o si se declaraban su amor (por cómo entrechocaban sus picos). Quizá sean tan complicados como nosotros.





Regresamos a las paradisíacas playas, con sus maravillosas palmeras.


Este es el nacimiento de una palmera cocotera. ¿No es hermoso?
Los cocos son estructuras con gran capacidad para mantenerse a flote. Cuando, maduros, caen en la arena, es muy probable que la marea alta los alcance, los lleve al mar, y posteriormente la corriente los arrastre. Así, son capaces de colonizar nuevas playas, y desarrollarse por todo el mundo.


¿Recta o inclinada? (Es la misma que la de hace dos fotografías)


Esta densa maraña de plantas es lo que te encuentras nada más internarte, un poco, en la espesura.






Nuestro espíritu aventurero nos impulsaba a visitar la isla. La corriente nos sacó la idea de la cabeza.


Detalle de una flor. No logro identificar la planta. Aún así vale la pena ponerla, pues es bellísima.


Muda de un insecto. En mi tierra, las mudas como esta suelen ser de chicharra. Claro que, esto es Costa Rica. Identificar insectos puede llegar a ser una misión imposible, así que... ¡con una muda ya ni hablamos!
Aunque los insectos no destacan por su inteligencia, creo que este se merece un premio. ¡Las vistas son geniales! Imagina metamorfosearte al lado del mar. Sales de tu carcasa, te desperezas, estrenando tus nuevas extremidades y... ¡¡¡ah, el océano!!!


Al fin, llegamos a Río Claro. Nos internamos poco a poco, curso arriba, hasta encontrar un remanso, aún en la playa, donde poder nadar.
¿Miedo a los cocodrilos? Sí, un poco. Pero más a los golpes de calor.



Entre dos aguas.


Después del merecido baño, era hora de regresar. El viaje de vuelta fue por la playa.


Una de las cosas que más me gusta de estar de excursión un día entero es que puedes disfrutar de los contrastes y cambios de luz, de modo que puedes redescubrir lugares por los que ya has pasado, con nuevos detalles y formas.



¡Qué suerte! Un coco lleno de conchas. Alguien debe haber pasado largas horas recolectándolas y depositándolas allí.


¡Espera! ¿Se mueven?
Sí, son cangrejos ermitaños. Habían acudido en tropel a alimentarse de la carne del coco. Y esta es la amalgama que habían formado.


En Costa Rica atardece temprano. ¡Había que volver rápido, antes de quedarnos sin luz!





Ahora sí, definitivamente estábamos solos.


Con la única compañía de las aves.


Plantas como esta son un claro ejemplo de la lucha de la naturaleza por sobrevivir. En cualquier lugar y a cualquier precio. ¡Cuánto valor!






Entre los restos de hojas encontré esta hilera de hormigas, transportando verdes pedazos de las mismas.



Un basilisco. ¡Por fin logré una foto decente! Vale, no está corriendo sobre el agua... pero no diréis que esa pose no es de súper héroe.



Las raíces-ola que ya vimos en la entrada anterior. Son hermosas, no pude dejar de fotografiarlas.



Un pequeño río que en esos momentos, con la marea baja, no llegaba a desembocar al mar del todo. El juego de colores y ondas era espectacular.



Otra gran superviviente.



Comenzábamos a acercarnos a la "civilización", y los jardines nos regalaban sus hermosas flores.


Un barco, probablemente el más grande que vi en la zona. ¿Qué haría allí?


Los últimos rayos de luz aún nos acompañaban, dejándonos vistas tan maravillosas como esta.




Un helecho algo clorótico, contrastando con los otros frondes de color natural.



Los últimos jardines que nos quedaban por encontrar aparecían ante nosotros...



¡Al fin, el puente! Indicaba que ya quedaba poco. Fue un gran alivio encontrarlo, porque en quince minutos llegaríamos; estaba oscureciendo y la escasez de agua nos apremiaba.



Ya en la playa, cercana a nuestro hostal, pudimos relajarnos. Disfrutamos de la presencia de pelícanos... 

... de las vistas de la marea baja...




... y unos minutos después, de la espectacular puesta de sol.



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