Estas pascuas tuve la suerte de realizar un viaje inesperado a Granada, y el día de regreso paramos en los Cahorros de Monachil.
Cahorro es un vocablo típico del argot granaíno que viene a significar "caminos empinados y escabrosos en las laderas de los cerros".
Aunque no fue el nombre lo que nos atrajo, sino las recomendaciones sobre dicho lugar: tranquilo, hermoso, diferente. Está muy cerca de Granada, aunque por el cambio tan radical entre la ciudad y este espacio nadie lo diría.
Tuvimos suerte, pues los campos estaban totalmente floridos, brindándonos todo un espectáculo de color. Aquí, un ejemplo, Papaver rhoeas L., la archiconocida amapola.
Esta es otra amapola, pero en este caso se trata de la especie Papaver hybridum L. Todas las integrantes del género Papaver contienen alcaloides tóxicos, algunos más potentes que otros. El más conocido es el opio, que se extrae de la adormidera (Papaver somniferum)
Seguimos la marcha
Antes de internarnos en los Cahorros propiamente dichos, había que atravesar una zona con algún que otro chalet. Me llamó poderosamente la atención este simpático seto.
Encontramos, de nuevo, más flores, como esta Fumaria officinalis L.
El término fumaria procede de fumus, humo en latín. El origen no está claro: puede que sea por el intenso lagrimeo que produce su jugo, porque huele como tal, o una mezcla de ambas.
Recordemos que officinalis es un término que se aplica a numerosas especies que son (o fueron) utilizadas como medicinales, y que se cultivaban en los jardines botánicos (la farmacopea de los antiguos farmacéuticos). De hecho, aún hoy se emplea como diurética, laxante o reguladora del hígado.
Cydonia oblonga MILLER. Puede que este nombre no diga mucho, y no es tan fácil interpretarlo como en el caso anterior. Pero si digo que esto es la flor del membrillo la cosa cambia bastante.
¡Qué ganas de volver en otoño, cuando su delicioso fruto esté maduro!
Lathyrus clymenum L.
Esta planta pertenece a la familia de las fabáceas o leguminosas. El nombre ya lo dice todo: cualquiera de nuestras legumbres, desde las habichuelas a los garbanzos, pertenece a esta familia. Y se trata de un tipo de plantas muy especial, ya que tienen la capacidad de aportar nitrógeno al suelo.
Esto se debe a que forman micorrizas, una asociación raíz-hongo, muy poderosas, que llegan incluso a formar nódulos en las raíces.
Explicar la biología de las micorrizas nos podría ocupar toda una entrada, así que haré un resumen: las leguminosas son beneficiosas porque son capaces de aportar el tan necesario nitrógeno al suelo. Por eso en cultivos rotacionales (estos que hacían nuestros antepasados o que llevan a cabo algunos agricultores "peleones" de nuestra época, en vez de monocultivos) siempre se dejaba alguna parcela con leguminosas, para que las cosechas siguientes se pudiesen beneficiar.
Por fin encontramos el camino e iniciamos la tan esperada ruta.
Los cortados se cernían imponentes sobre nuestras cabezas.
E incluso en este entorno tan hostil, prospera la vida, las valientes plantas rupícolas. Como estas matas que se aventuran a aparecer por aquí.
Ya estamos en pleno cañón, envueltos por paredes de roca maciza, y la vegetación propia los ríos comienza a aparecer.
Un cerezo nos regala la vista con sus brotes tiernos y sus pequeñas flores.
Estos árboles, con sus hojas recién nacidas saludando al buen tiempo, son almeces en su mayoría (Celtis australis L.).
Es curioso y sorprendente como estos árboles, que forman parte del bosque de galería (de río), son capaces de prosperar aquí, en este abrupto barranco... y sin embargo, fuera de éste, no hay ni rastro de ellos, pues son incapaces de prosperar al tórrido sol de Granada.
Allá donde mires, nuevas hojas animan el paisaje.
La vegetación aquí es exuberante, e incluso puedes toparte con lianas, que te dan la sensación de estar inmersa en la jungla.
Bajamos al río y jugamos con sus aguas, sus sonidos y sus reflejos.
¿Qué es esto? Podría suscitar la imaginación de las mentes más soñadoras, quién sabe si es un pedazo de luna caído del cielo.
En realidad era una roca que fuera del agua perdía su brillo y su magia, así que la devolví. Pero bueno, imaginar siempre es bonito.
Reanudamos el camino, y yo no podía dejar de maravillarme por sus vistas, por la conservación del entorno y por la exuberancia de sus plantas.
¡Así, así deberían ser las riberas de nuestros ríos, no esos mares infinitos de cañas y carrizos a los que desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados!
Aún queda mucho trabajo que hacer para la gestión forestal.
Impresionante...
... lo veas desde el ángulo que lo veas.
He aquí un ejemplar de Ceterach officinarum WILLD, o doradilla, como generalmente se conoce a este helecho.
Se le denomina así porque los frondes tienden a amarillear con el tiempo, dándole un aspecto dorado.
Sólo viendo este hermosos árbol ya dan ganas de visitar el lugar. Y si nos fijamos en los roquedos y las enredaderas del fondo, más aún.
La sombra perfecta.
Estas hojas, recubiertas de vellosidades, crean un curioso juego de luces.
He aquí una Euphorbia characias L. Como el resto de euphorbias posee un látex muy irritante, una savia blanca que al contacto con la piel puede producir ampollas. Así que cuidado: ¡mirar, pero no tocar!
Seguimos nuestro camino, cruzando desfiladeros por puentes colgantes, o andando a través de estrechos caminos al lado mismo de la roca y el agua, disfrutando, siempre, de este entorno tan singular.
Esto parece el lecho seco de un salto de agua de gran tamaño.
Cruzar uno de los puentes colgantes nos sitúa a la altura de grandes árboles, y nos permite tomar instantáneas como estas, que nos permiten disfrutar, en detalle, de sus inflorescencias.
Este salto de agua, visto también desde las alturas, sí que iba cargado.
Pasado el puente, nos encontramos con este sauce, que parece estar ejecutando una reverencia al caminante.
Nuevamente, aguerridas especies rupícolas se abren paso entre las fisuras de la roca.
¿Sois capaces de apreciar las matitas diseminadas a lo largo y ancho de la pared?
Posteriormente, el camino se vuelve aún más angosto, y nos invita a atravesar un túnel de roca, que también atraviesa el propio río.
En la salida nos espera una enredadera colgante.
¡La salida está cerca!
Estas florecillas, en mi tierra conocidas como conejitos, pertenecen al género anthirrhinum.
Aún hoy, muchos niños se sorprenden con el movimiento de su "boca" y sus "orejas" cuando las presionas.
El río prosigue su marcha, en dirección opuesta a la nuestra. Pronto daremos media vuelta e iremos a la par.
Parece ser que hay que llegar a los pies de ese farallón. ¿Lo conseguiremos?
Una higuera, Ficus carica L.
Se considera uno de los primeros árboles cultivados por el ser humano.
También dicen que Buda alcanzó la sabiduría mientras meditaba bajo una higuera. Desconozco la especie, ya que no pude encontrar más información al respecto, así que, bueno, siempre se puede fantasear con que fue bajo una de éstas.
¡Casi llegamos!
El tramo final nos sorprende con esta nevada de pelusilla blanca, que tantas ganas da de estornudar. Efectos secundarios de la primavera.
El camino sigue, pero no es la ruta que queríamos seguir, pues tenemos aún muchas horas por delante antes de llegar a casa. Tristemente, tendremos que dejarlo para otra ocasión, volver sobre nuestros pasos y luego tomar un pequeño desvío.
¡Al menos tenemos una excusa para volver!
Pero antes de despedirme, me deleito con el vuelo de estas aves.
Ahora estamos en el otro lado del cañón, y las vistas siguen siendo espectaculares.
¡Ah, la primavera nos saluda con todo su esplendor!
Ahora toca mirar en retrospectiva y disfrutar del paisaje.
Ya estamos saliendo del refugio sombreado y húmedo del cañón, y la flora cambia. Como muestra, este Cistus clusii DUNAL, comúnmente conocido como romero macho (lo de romero viene por la similitud de las hojas, lo de macho, ni idea).
Es un tipo de jara, que es como se denomina a los arbustos del género Cistus.
Las semillas se encierran en estas cápsulas, que se abren cuando están listas.
Con esta fotografía es muy fácil comprobar el cambio drástico que se da entre la flora riparia del cañón y la exterior, carente de recursos hídricos. ¡Cuánta diversidad en tan poco espacio!
El camino de regreso nos espera.
Nos despedimos compartiendo con este intrépido arbusto las maravillosas vistas que contempla. Sin duda este es un paraje que vale la pena visitar las veces que haga falta: puentes colgantes, caminos al lado del río con asideros en la pared de roca y con una vegetación envidiable.
¡Hasta pronto, Cahorros!
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