Muerte.
Destrucción.
Desolación.
Son las palabras que acuden a tu mente cuando llegas a Alcublas, un pequeño municipio arrasado por un gran incendio forestal hace ya más de dos años.
Todo está quemado.
Los árboles fueron calcinados sin piedad.
Sólo unos pocos supervivientes logran mantenerse en pie, desafiando al destino.
Y cada curva que toma el coche produce un nuevo pinchazo de dolor y un suspiro de tristeza, pues te muestra una nueva perspectiva de kilómetros y kilómetros de páramo quemado.
Animales sin hogar y sin alimento.
Personas sin recursos y sin sustento.
Si la desesperanza pudiera llamarse de otro modo, probablemente llevaría el nombre de estas montañas.
Pero, espera un momento.
De repente no veo solo la quietud imperturbable de los muertos y los desesperanzdos. Algo se mueve.
Gente.
No es mucha, pero está ahí. Fuerte, valiente, dispuesta a todo. Resurgida de sus cenizas. Vivas.
Y trae consigo las ganas de mejorar, de restaurar el daño infligido a la tierra...
... y conocimiento. Todo el conocimiento que han adquirido durante años y que están dispuestos a compartir.
Y es entonces cuando el monte ya no te parece tan lúgubre.
Porque, por todas partes, pequeñas hierbas y agrestes arbustos han germinado.
Porque, diseminados por el suelo, se encuentran diversos rastros de animales.
Porque las encinas han comenzado a rebrotar, y bajo los pies quemados surgen nuevos vástagos.
Porque en una minúscula balsa alguien ha encontrado gallipatos, ranas y sapos, que pugnan por salir adelante
Esta entrada va dedicada a aquellos que nos han enseñado que entre todos es posible resurgir de nuestras propias cenizas y salir adelante.
Porque somos como un enorme, Ave Fénix, que nos envuelve a todos, abarca especies enteras, nos une y nos obliga a seguir.
Nos vemos en Alcublas.
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