Cuando sales al monte con tu
cámara en la mano no debes ir con una idea fija o preconcebida de lo que
quieres retratar. Es como ir al mercado: si no buscas nada en concreto,
encontrarás muchas más cosas.
Yo, sin embargo, soy muy terca
(en ocasiones) y salgo de mi casa con un objetivo en mi cabeza: pajaritos. Creo
que viendo algunas de las entradas de este blog está claro que ocupan un lugar
importante en mi corazoncillo.
Mi cámara es estupenda, le tengo
mucho aprecio y la llevo conmigo a todas partes, de hecho hay quien la llama
“el apéndice de Marieta”. Hace unas fotos estupendas y no podría estar más
contenta. Pero claro, mi objetivo es el que es, mi ropa no es precisamente
discreta y tiendo a ir acompañada: factores que complican aún más mi labor de
cazar aves.
Y es que son unos animalillos muy
inquietos y activos, y ya si hablamos de paseriformes, bastante pequeños y bien
adaptados a camuflarse en el medio. Captarlos en su día a día se vuelve toda
una odisea.
Así que, por una vez, no voy a
dedicarle una entrada a una mirada arrebatadora, a una planta exuberante o a un
paisaje que quite el hipo. Esta entrada va dedicada a los únicos seres que
pueden conseguir sacarme de mis casillas en una sesión fotográfica en el mundo
natural (domingueros aparte). Eso sí, cuando consigues una buena foto, te
quedas feliz y contenta por una semana entera.
Todo comienza cuando un trino
rasga el aire. Te pones alerta: ¡hay un ave cerca! Intentas localizar de donde
viene. Y muchas veces te quedas en este punto.
Si por ventura logras
localizarlo, apuntas el objetivo hacia donde está. No, no has olvidado encender
la cámara: ya la tenías preparada nada más escuchar el animalillo. Entonces te
das cuenta de que no aparece en pantalla. Puede deberse a dos motivos: o está
tan camuflado que es imposible encontrarlo, o en la fracción de segundo que has
apartado la mirada para localizar un botón, ha salido volando.
Pero si los hados se ponen de tu
lado, localizas al ejemplar, apuntas, disparas. Y te percatas de que la
posición no es la adecuada, y que si pusieras flash no te saldría a contraluz y
los brillantes colores de sus plumas se verían mejor. Así que preparas el
flash, haces otra foto, ves que no está puesto el obligatorio, buscas el menú,
y hay tantas cosas que te pones nerviosa. Justo cuando lo encuentras caes en la
cuenta de que está demasiado lejos y activarlo no afectará mucho el resultado.
Olvidas el flash.
Unes todas tus fuerzas, contienes
la respiración, pulsas el botón. ¡EH! ¡ESPERA! ¿DÓNDE VAS? ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario