Esta es la segunda parte del post dedicado al Parque Regional del Sureste. Hice tantas fotos que no podía ponerlas todas en un post, dado que quedaría demasiado largo.
En esta ocasión comparto dos elementos preciosos que disfruté durante la misma tarde.
El primero de ellos, el vuelo de los milanos, que aquí os dejo.
Se trata, concretamente, de una colonia de milano real (Milvus milvus) que ha encontrado la horma de su zapato en los cortados yesíferos del parque.
Esto se debe a que suele anidar cerca de áreas abiertas, donde puede encontrar alimento con facilidad.
Como es un ave con poca capacidad predadora, se decanta siempre por presas de fácil captura, centrándose en individuos débiles, enfermos o inexpertos.
Habida cuenta de la ingente cantidad de conejos que vive en esta zona, creo que son el mejor de los sistemas para mantener enfermedades mortales, como la mixomatosis, a raya.
Y es que, antes de que el conejo portador contagie a toda su colonia, es posible que caiga entre las garras de un milano. Se sesga una vida, pero se salvan varias más.
Por cierto, te reto a encontrar el milano en esta imagen (apenas se ve).
Si a pie de monte las vistas son tan bellas como ésta, ¡cuánto deben disfrutar los milanos desde lo alto de su cortado!
Un ave, probablemente, una focha, amerizando.
Volvemos al vuelo de los milanos reales.
He leído que viven en nidos construidos en árboles de más de 10m de altura (¿podrían ser los chopos que crecen en la laguna?), en ocasiones robados (o reutilizados) a un córvido. Estos nidos suelen estar compuestos por ramas, lana de oveja y hierbas.
Por eso no me cuadra verles en el cortado, donde se posaban en los salientes para, al cabo de unos instantes o de unos minutos, lanzarse al vacío de nuevo. Supongo que emplean los cortados como atalaya para cazar, pero no anidan ahí. ¿O se tratará de alguna adaptación de la colonia?
De vez en cuando, alguno se alejaba del cortado para sobrevolar directamente nuestras cabezas.
Enseguida, regresaba al cortado.
He leído, también, que el milano real tiende a volar en parejas. Esto sí que lo vi, y en múltiples ocasiones se enganchaban por las patas y se dejaban caer para, en el último suspiro, separarse y elevar el vuelo en casi perfecta sincronía.
Sin embargo, aquí debía haber una decena de milanos, cuyas danzas se entrecruzaban (o esa impresión me daba a mí).
Entre caída y caída en pareja, otros milanos volaban sobre la pared yesífera, proyectando su sombra entre el esparto y dando la sensación de que el número de individuos era aún mayor.
He leído que anidan en grupos, al menos en la estación de cría. Quizá, estos ejemplares pertenecen a la misma colonia y por eso volaban en grupo. ¿Quién sabe?
Aquí, dos milanos surcando el cielo, mientras chillaban con toda su fuerza, clamando su poder.
Daba la impresión de que esto no era fruto de la necesidad. No buscaban comida, refugio o la seguridad del grupo, parecía que lo hicieran por placer.
¡Y quién no lo haría, teniendo la capacidad de volar con tal maestría y con la despreocupación de estar en la cima de la cadena alimenticia!
En este risco se posó uno de los protagonistas de la escena.
Uno de sus acompañantes planea a su alrededor.
Planeando hacia la laguna.
Dicen que el
Los milanos seguían con su maravilloso vuelo. A nosotras se nos echaba el tiempo encima, pronto iba a anochecer, y decidimos despedirnos de nuestros anfitriones para completar la vuelta a la laguna.
Sin embargo, la tarde todavía deparaba sorpresas. Y es que, por algún capricho de la naturaleza, entre las nubes apareció un pedacito de arcoíris.
No pude resistirme... ¡tuve que sacar la cámara!
Además, debido a la sequía que estábamos padeciendo y a lo seco que había sido el otoño, era lo más cerca que había estado de la lluvia en meses.
Un ciprés siempreverde (Cupressus sempervirens) un chopo negro (Populus nigra) caduco, con sus hojas amarilleantes, y como nexo de unión, todos los colores del arcoíris.
Se me hace raro ver el arcoíris invertido y directamente sobre mi cabeza, no en forma de arco que parece fundirse con la tierra. ¡Me encanta!
Mientras tanto, algunas anátidas todavía circulaban por las aguas.
Aquí, una focha común, Fulica atra.
La misma focha junto a un macho de cuchara común (buscad fotos donde se le vea bien el pico y comprenderéis el porqué de su nombre) o Anas clypeata.
El arcoíris se negaba a desaparecer. ¡Y yo no podía dejar de fotografiarlo!
En esta ocasión ya no estaba enmarcado por bellos árboles: ahora le acompañaba una bandada de gaviotas.
La naturaleza es fascinante. Tienes asumido que las gaviotas son una especie costera... Y de repente te las encuentras sobrevolando el corazón de la Península Ibérica.
Ya las había visto antes por aquí, pero me siguen sorprendiendo cada vez que las veo.
¿Dónde irán?
El agua, algo sucia en esta parte, se animaba a reflejar los colores del cielo.
Me llamaron la atención estos tarays. En la más minúscula de las vaguadas de la vertiente yesífera (el yeso es un sustrato terrible para crecer: retiene nutrientes, es inestable, eleva el contenido en sales del suelo y absorbe enormes cantidades de agua, imposibilitando el abastecimiento a las plantas), en un mínimo recodo de humedad, estos pequeños árboles desafiaban a los elementos y pugnaban por crecer.
Ajenas a este drama por la supervivencia, las gaviotas seguían volando.
Esta serie de fotografías, con las aves volando en formación de V contra el arcoíris, es una de las que más me gusta de todo el reportaje. Belleza en estado puro.
El arcoíris en sí mismo, en todo su esplendor.
Una chova piquirroja, Pyrrhocorax pyrrhocorax nos observaba casi al final de la senda desde un saliente.
No le gustó nuestra presencia, porque enseguida emprendió el vuelo.
El arcoíris permanecía.
Un avión surcó el cielo, dejando tras de sí una estela.
Esta serie de fotografías me fascina porque combinan el poder de la naturaleza con el de la ingeniería, ofreciendo, en la distancia, este espectáculo.
¿Un difuso arcoíris doble?
Me despido con esta fotografía. No es buena, no me dice nada en especial. Pero no quería cerrar sin hablar de este simpático animalillo, esquivo para la cámara pero no para la presencia humana. No podemos desdeñar su papel en el ecosistema, ya que supone el alimento principal u ocasional para numerosas especies ibéricas, quizá más famosas y conocidas. Sin embargo, a las especies comunes, o que simplemente no nos parecen tan asombrosas como los grandes depredadores, también hay que darles su correspondiente mérito.
Por ello, hoy me despido con este adorable conejo, Oryctolagus cuniculus.