Ya hemos entrado de pleno en el invierno. Días fríos y cortos, aunque cada vez menos, vienen
a nuestro encuentro.
Cada época del año tiene sus cosas bellas: los campos floridos, las hojas de colores… El hielo.
Aquí tenéis unas instantáneas de un frío domingo en Banyeres de Mariola.
Es curioso que algo tan frío pueda despertar sentimientos tan cálidos
Porque incluso de los momentos más duros, más fríos y más crudos, se puede aprender algo
positivo. Y descubrir la belleza que entraña.
y por último no pude resistir la tentación de caminar por la hierba helada.
Vistas desde la casa de un gnomo
¿Quién no se ha planteado alguna vez, sobre todo de pequeño, cómo viven los seres mágicos
del bosque?
¿Dónde se guarecen de los elementos? ¿Dónde se esconden de los humanos? ¿Son hogares
acogedores? Demasiadas preguntas sin respuesta.
En una de mis aventuras conocí a un gnomo, del cual me hice amiga. Tomamos una infusión
deliciosa a la puerta de su casa. Obviamente no pude entrar, pues no cabía ni mi cabeza. Pero
sí pude fotografiar las vistas que tenía desde su casa.
Pero no se lo contéis a nadie, guardad el secreto. Mi amigo me pidió que sólo lo compartiese
con gente muy especial, que ame la vida tanto como él.
Instantáneas a la orilla del mar: amaneceres, atardeceres y dunas
Soy de aquellas personas que opina que el planeta Tierra debería llamarse planeta Agua. El
nombre que le damos denota otra vez el egoísmo del ser humano, que da prioridad a aquello
que le importa, en vez de al conjunto global.
De vez en cuando, en parte para relajarme y en parte para recordar quién es uno de los
mayores reguladores del planeta, voy al mar. Allí siempre me acoge la pequeña playa, con sus
dunas (un tesoro ecológico) y el arrullo del mar de fondo.
Siento la misma pasión por el mar que por el monte, por andar descalza sobre la arena que
sobre hierba, por fotografiar peces que por pájaros. Así pues, hoy os brindo unas imágenes de
la playa donde suelo veranear.
La primera corresponde al atardecer del pasado 21 de junio. Justo cuando hacía esta foto,
volvía de un agradable paseo con mis seres más queridos, y en el que nos encontramos una
boda en plena playa. Rodeamos a los allí presentes (ellos con trajes de gala, nosotros en
bañador) y escuchamos un par de canciones. Luego nos retiramos a buscar alguna hoguera
sobre la que saltar para celebrar la noche de San Juan.
Estas otras son de la duna, un pequeño reducto de lo que un día fue nuestro litoral. Me
encanta ver como se mecen las hierbas al compás del viento, y observar la ondulación de la
arena.
Finalmente, una muestra de lo que son los amaneceres a la orilla del mar. Aquél día en
concreto íbamos a bucear, y nos encontramos con este bonito espectáculo: luz, agua, nubes,
magia.
Mi favorita, sin duda, es esta:
Cada vez que la veo, resuena una voz en mi mente: “Hola, soy Dios. Ven aquí.” Claro que, sin
barco…
La excursión más lluviosa jamás contada
En una de esas treguas que de vez en cuando nos da el calendario, decidimos parar a respirar
en tierra ajena. Cargamos el coche y nos marchamos a Cuenca.
El primer tramo del viaje se desarrolló sin problemas: visitamos las casas colgantes, el casco
antiguo, la Catedral… En fin, todo aquello que un buen turista debe hacer durante su visita. Me
divirtió ver, mientras nos tomábamos una foto grupal, unos ojazos en plena montaña. Nunca
supe qué hacían allí, pero me hicieron reír. Me siento extrañamente observada… ¿por qué
será?
Por la tarde, pretendíamos visitar la Ciudad Encantada, y al terminar la visita, dirigirnos a un
camping que nos venía de paso. La visita fue preciosa, y nos dejó momentos muy agradables y
divertidos, dignos de ser recordados, así como bellas fotos.
Sin embargo, el cielo, despejado por la mañana había comenzado a nublarse a marchas
forzadas y desobedeciendo a todos los pronósticos del día
Conseguimos finalizar la visita y ponernos en marcha, pero a medio camino el cielo pareció
abrirse por la mitad y abocar el agua de golpe. Perdidos en una carretera desconocida, en
mitad de un diluvio que no permitía ver más allá que unos pocos metros y con la pocas horas
de luz por delante, pasamos unos instantes de duda y congoja.
Al final, logramos llegar al camping, pero el suelo estaba tan mojado que era imposible plantar
una tienda de campaña sin ponerse perdido de barro y que el agua filtrara. Pero una vez más,
la suerte vino en nuestra búsqueda: el camping contaba con una pequeña cabaña, y allí fue
donde nos dirigimos.
Nos acomodamos justo durante la puesta de sol, y aproveché para tomar estas fotos:
Al día siguiente, los nubarrones habían desaparecido del mismo modo en que aparecieron.
Recogimos el equipaje y continuamos nuestro camino, con un gran recuerdo de la anécdota.
en tierra ajena. Cargamos el coche y nos marchamos a Cuenca.
El primer tramo del viaje se desarrolló sin problemas: visitamos las casas colgantes, el casco
antiguo, la Catedral… En fin, todo aquello que un buen turista debe hacer durante su visita. Me
divirtió ver, mientras nos tomábamos una foto grupal, unos ojazos en plena montaña. Nunca
supe qué hacían allí, pero me hicieron reír. Me siento extrañamente observada… ¿por qué
será?
Por la tarde, pretendíamos visitar la Ciudad Encantada, y al terminar la visita, dirigirnos a un
camping que nos venía de paso. La visita fue preciosa, y nos dejó momentos muy agradables y
divertidos, dignos de ser recordados, así como bellas fotos.
Sin embargo, el cielo, despejado por la mañana había comenzado a nublarse a marchas
forzadas y desobedeciendo a todos los pronósticos del día
Conseguimos finalizar la visita y ponernos en marcha, pero a medio camino el cielo pareció
abrirse por la mitad y abocar el agua de golpe. Perdidos en una carretera desconocida, en
mitad de un diluvio que no permitía ver más allá que unos pocos metros y con la pocas horas
de luz por delante, pasamos unos instantes de duda y congoja.
Al final, logramos llegar al camping, pero el suelo estaba tan mojado que era imposible plantar
una tienda de campaña sin ponerse perdido de barro y que el agua filtrara. Pero una vez más,
la suerte vino en nuestra búsqueda: el camping contaba con una pequeña cabaña, y allí fue
donde nos dirigimos.
Nos acomodamos justo durante la puesta de sol, y aproveché para tomar estas fotos:
Al día siguiente, los nubarrones habían desaparecido del mismo modo en que aparecieron.
Recogimos el equipaje y continuamos nuestro camino, con un gran recuerdo de la anécdota.
Majestuoso Penyal d’Ifach
Uno de los grandes señores de mi terreta es, sin duda, el Penyal d’Ifach. Se alza, altivo,
acariciando el mar con sus fuertes rocas. Esta mole de roca da cobijo a un sinnúmero de flores,
árboles, insectos y otros tantísimos seres vivos; pero de todos sus habitantes quizá, el más
llamativo y ruidoso sea la gaviota.
Tuve la oportunidad de visitarlo en abril, y resultó una experiencia maravillosa. A la algarabía
de las gaviotas, en plena incubación, se le sumaba la explosión de color de las flores recién
abiertas.
Gladiolo silvestre (Gladiolus illyricus)
Otras no son tan coloridas, pero suponen un ejemplo de adaptación: viven donde nadie más
puede vivir. Sobre una roca, sin suelo, y a merced de los fuertes vientos, sin más agua que la
salina que de vez en cuando le llega.
Malvadisco falso (Lavatera maritima)
Siguiendo la ascensión, el griterío era cada vez mayor, mezcla de gaviotas ajetreadas y esa
especie denominada homo dominguerus, a veces tan poco respetuosa. Parecía casi una
competición por ver quién gritaba más. Creo que ganaron nuestros amigos emplumados, pero
sólo por el hecho de ser más.
Poco a poco, el sol comenzaba a subir en el cielo, y nosotros hicimos lo propio montaña
arriba. Las vistas eran cada vez más espectaculares. Allí arriba, rodeado de vegetación, con
el mar bajo tus pies, y con miles de puntitos blancos graznando y volando a tu alrededor,
te das cuenta de que no eres más por el hecho de ser humano. Eres, simplemente, parte
del mundo. Puede que te sientas insignificante al principio pero, piensa que eres clave en el
funcionamiento de la vida: cualquier acción que hagas, repercutirá en todo lo demás.
Y con toda esta maravilla rodeándote… ¿qué vas a hacer, si no es algo bueno? No hay opciones
a nada más.
Tuvimos la suerte de poder entremezclarnos sin problema entre las gaviotas. No parecen tener
miedo a nada. Simplemente te observan y deciden si constituyes un peligro: si es que sí, te
graznan. Si es que no, simplemente te miran de reojo de vez en cuando y de dejan estar.
Eran tantas y tan preciosas, que hice fotos a cientos. Os dejo algunas de ellas, y otro día
dedicaré un post especial a estas hermosas aves.
Gaviota patiamarilla (Larus michahellis)
Un cantante en miniatura
La primera vez que vi uno de ellos pensé: ¡qué bonito, un canario chiquitín!
Héctor no tardó en sacarme de mi error: no son canarios (aunque son parientes muy cercanos,
de ahí la similitud) sino verdecillos. Nuestro campus está repleto de ellos.
Son aves muy graciosas. A penas levantan unos centímetros del suelo, y cuando la hierba es
alta, ni siquiera se les ve. Pero igualmente se adentran en ella, en busca de alimento.
Ponto, cómo no, comencé a tomar cariño a estas avecillas. Una de sus características más
curiosas es su canto. Sus trinos son sonoros y se pueden escuchar a larga distancia. Muchas
veces, andando por el campus, he escuchado alguno de ellos en plena acción. Al principio
levantaba la cabeza en busca del cantante, y esperaba encontrar un ave de cierto tamaño.
¡Qué sorpresa ver al pequeño verdecillo!
A día de hoy aún me pregunto cómo algo tan pequeño puede cantar con esa potencia
Un día, allá por el mes de mayo, tuve la oportunidad de presenciar, como unos dedicadísimos
padres enseñaban a volar a su polluelo, ya casi tan grande como ellos. Es increíble el sistema
que empleaban, ya que parecen aplicar psicología compleja: daban de comer a su retoño y
acto seguido volaban a un árbol cercano.
Una vez allí, esperaban pacientemente a su hijo. Si volaba hasta ellos, le daban algo más para
comer, si no, se quedaba sin cena. Y claro, el joven salía volando en busca de su alimento, a
pesar del miedo del primer vuelo.
Estas lecciones de vuelo me dejaron unas bellas estampas, que hoy comparto con vosotros: en
la primera, uno de los progenitores esperando pacientemente sobre un ciprés; en la segunda,
el pequeño revoloteando en busca de su recompensa.
Miradas pequeñas
A menudo, uno sale a pasear y se maravilla ante la magnificencia de la naturaleza: árboles
milenarios, rapaces altivas, coloridas flores, sonoros ciervos… Uno de los ofrecimientos más
bellos del mundo, sin duda.
Pero, igual que para disfrutar de la vida necesitas sentir igual las grandes cosas y los pequeños detalles, para disfrutar del mundo natural se debe aplicar el mismo principio. Y eso muchas
veces, por falta de tiempo o por no pararnos a pensar, o por cualquier otro motivo, esto no es
posible.
Por eso hoy me permito el lujo de dejaros unas “pequeñas miradas”, fotografías de algunos de
nuestros pequeños seres que sustentan, aunque no lo sepan, el equilibrio de nuestro mundo.
Un árbol muere. No pasa nada. Es ley de vida. En poco tiempo, un sinfín de seres cubrirán sus
restos y les darán una nueva vida.
Me maravilló este tocón en medio de un denso bosque de Pinus sylvestris. En un espacio tan
reducido habitan musgos y líquenes, bella estampa de la convivencia mutua.
Este es un detalle de uno de los líquenes del tocón. Es fascinante su forma de trompeta, casi
parece que algún insecto pudiera tocarla.
Los musgos y los líquenes son seres muy frágiles. Necesitan agua limpia y aire puro. Así que,
cuando los veas, ¡alégrate!
Nuestro planeta aún tiene alguna oportunidad de salir adelante.
Ayer me encontre con Fújur
¿Habéis leído La Historia Interminable?
Si la respuesta es no, os lo recomiendo. Fue uno de los primeros libros “de mayores” que
leí cuando no levantaba más de tres palmos del suelo; fruto de unos padres amantes de la
lectura.
Si la respuesta es sí, ya sabréis quién es Fújur. Pero no es ni el momento ni el lugar de ganar
enemigos, así que lo explicaré igualmente para quién no lo sepa o no lo recuerde. Fújur es
el entrañable dragón blanco de la suerte que acompaña a los protagonistas durante sus
numerosas aventuras.
Ayer, en una escapada por Espadà, lo vi. Tumbado en el suelo, mirando el camino. Casi me
pareció que murmuraba, con su voz susurrante: “Tranquila, ¿qué podría ir mal? Soy un dragón
de la suerte”.
Fue un buen recuerdo de mi niñez. Y un presagio positivo de una gran excursión, en
inmejorable compañía.
Os regalo la foto, y me despido con un fortísimo ¡¡¡buena suerte!!! Y que Fújur os acompañe
Si la respuesta es no, os lo recomiendo. Fue uno de los primeros libros “de mayores” que
leí cuando no levantaba más de tres palmos del suelo; fruto de unos padres amantes de la
lectura.
Si la respuesta es sí, ya sabréis quién es Fújur. Pero no es ni el momento ni el lugar de ganar
enemigos, así que lo explicaré igualmente para quién no lo sepa o no lo recuerde. Fújur es
el entrañable dragón blanco de la suerte que acompaña a los protagonistas durante sus
numerosas aventuras.
Ayer, en una escapada por Espadà, lo vi. Tumbado en el suelo, mirando el camino. Casi me
pareció que murmuraba, con su voz susurrante: “Tranquila, ¿qué podría ir mal? Soy un dragón
de la suerte”.
Fue un buen recuerdo de mi niñez. Y un presagio positivo de una gran excursión, en
inmejorable compañía.
Os regalo la foto, y me despido con un fortísimo ¡¡¡buena suerte!!! Y que Fújur os acompañe
Mis amigas, las Kramer
Cuando el tiempo libre es escaso, y por tanto una escapada como Dios manda no es posible (a menos que la soñemos) salgo al “refugio para urbanitas”, véase “jardín urbano”, que en este caso es el de Viveros (Valencia). Es lo que tiene estudiar y vivir fuera de casa…
Es increíble que, en medio de la gran ciudad, un jardín pueda dar albergue a tanta vida. Si te fijas, en cualquier rincón podrás encontrar una agradable sorpresa.
Una de las criaturas que más me fascina es la cotorrita de Kramer. Son como loros en miniatura que han cambiado un bosque tropical exuberante por un jardín urbano.
Vale, son una plaga. De acuerdo, desplazan a las especies autóctonas (a las que también tengo un profundo cariño). Y son ruidosas, cochinas y gamberras. Pero, qué queréis, me encantan.
Su gamberrismo puede llegar a ser inteligente. Por ejemplo, he descubierto que les encanta lanzar huesos de dátil y proyectiles similares sobre la gente. Y cuando la víctima levanta la cabeza, asustada, profieren unos gritos similares a carcajadas. ¡Se ríen de nosotros! Y me hace gracia.
Una de mis “sesiones fotográficas” más productivas fue durante una tarde en que encontré una palmera, no muy alta, repleta de dátiles. Y a las cotorritas les encantan los dátiles
Así que ya me tenéis una vez más, cámara en mano, de cara a la palmera:
* Hola bonita. ¡Sonríe a la cámara!
Solo que, como bichos gamberros e independientes que son, siguieron a su rollo. Volteretas por aquí, revoloteos por allá…
Y como la gente suele comportarse como un animalito gregario, en diez minutos me vi rodeada por un puñado de personas que quería ver a qué rayos le hacía fotos tan animada.
* ¡Mira, papá, loros!
* ¡Qué bonitos!
* ¡Qué verdes!
Señores del mundo, dos cosas: la primera, son cotorritas, no loros. La segunda, si ven a alguien haciendo fotos a algún bicho viviente, no griten, ¡que los espantan!
Así, rodeada de gente y gritos, tomé esta otra foto:
Parece que esté pensando: “una foto más, un grito más, y juro que acabaré contigo como acabaré con este dátil.”
Espero que os haya gustado, tanto como me gustó esa tarde. La verdad, lo pasé muy bien.
Como regalo final, dejo una foto que demuestra que las cotorritas no son solo gritos y gamberrismo. ¡También tienen mucho amor que dar!
Comencemos por el principio
¿Que quiénes somos?
Somos dos estudiantes de ingeniería forestal.
¿Que qué hacemos?
Pues, cada vez que tenemos un ratito libre, salimos a tocar verde. Juntos, por separado, cerca o lejos de casa, rutas largas, cortas, con la familia, con los amigos… pero salimos. Nos encanta, nos pone de buen humor y nos libera.
¿Que por qué hacemos este blog?
Porque, aparte de caminar y caminar somos unos apasionados de la fotografía. Nos dimos cuenta tras una sesión fotográfica un tanto especial.
Todo comenzó un buen día en la Universidad. De repente, un pajarito se cruzó en nuestro camino. Abrí la mochila, saqué la cámara de fotos (siempre llevo mi cámara conmigo, nunca se sabe qué te puedes encontrar por ahí) y me dispuse a seguirle. Y mi amigo me siguió a mí.
El pequeño pajarito se posó en un árbol. Entonces pasé a la acción. Una persona normal se hubiera acercado sigilosamente. Pero eso no es divertido. Preferí hacerlo a mi manera. Una vez a poca distancia del ave, le dije:
* ¡Hola pajarito bonito! ¡Mira a la cámara! ¡Sonríe! ¡Hazla tuya! ¡Sedúcela!
La reacción de mi amigo fue primero de sorpresa hacia mis métodos poco ortodoxos, luego de asombro por el resultado, y luego de risa por las caras de estupefacción de los universitarios que nos vieron de esta guisa.
Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
Pero las fotos hablan por sí mismas. Personalmente, creo que al pajarito le gustó la experiencia; aunque no mire a cámara, estuvo muy tranquilo e incluso nos cantó. Cuando observo la foto siento como si aquél pajarito estuviera ensimismado, soñando. Como nosotros soñamos que este blog vaya a buen puerto y nos permita compartir con apasionados como nosotros las fotos que con tanto cariño hacemos.
Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
Por cierto, buscando y buscando por fin dimos con el nombre del simpático pajarillo, se trata de una hembra de Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros).
Esperamos que os haya gustado y que sigáis nuestro blog, somos principiantes, pero con muchas ganas de compartir con todos vosotros nuestras fotos.
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